jueves, 24 de mayo de 2018

ignacio zuloaga - retrato de madame malinowska 1912


Se trata de Victoria Malinowska, pintora de origen polaco asentada durante esos años en París y que posteriormente, al comenzar la Primera Guerra mundial, hubo de trasladarse a España donde entraría a formar parte del mundo artístico de esta nación, exponiendo sus obras con frecuencia tanto en Madrid como en el País Vasco por el que sentía una especial atracción qué se refleja en muchas de sus obras. Aquí os traigo la titulada Pequeñas pescadoras en Ondarroa del año 1918, año en el que se documenta una exposición en el Círculo de Bellas Artes de la capital española. Al año siguiente tiene lugar una magna presentación de sus obras, más de 140, en el Ministerio de Estado donde acuden personalidades de la política, la nobleza y la élite artística española. 

En la siguiente direccion 
 http://www.bibliotecavirtualmadrid.org/bvmadrid_publicacion/es/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1032299
 he encontrado, ir hast la pag.8, una crónica a raiz de su exposición en el Hotel Ritz de Madrid donde ella misma habla sobre el carácter de su obra y donde además podeis ver uno de sus autorretratos.

También el pintor español Valentín de Zubiarre llevó a cabo un retrato de Victoria, mostrando un rostro severo pero lleno de carácter y personalidad y muy dentro del estilo de éste magnífico artísta.
Mucho más desenfadado y juvenil es el que nos trae, a pesar de su espléndido fondo gris y su vestido oscuro, con ese contraste acertadísimo que establece al introducir el tono rojizo del cabello. La obra, una vez más, vuelve a recordarnos, por su tono y la postura de la figura, al Velázquez retratista del que, repetimos, Zuloaga era un devoto admirador. 

viernes, 11 de mayo de 2018

ignacio zuloaga - retrato de la condesa mathieu de noailles 1913


Esta obra pertenece actualmente al Museo de Bellas  Artes de Bilbao al haber sido donado el año 1919 por el naviero Ramón de la Sota quién lo acababa a su vez de adquirir en la famosa Exposición Internacional de Pintura y Escultura celebrada ese mismo año en la capital vizcaína.  Estaba valorado al parecer en cien mil pesetas de las de entonces y Zuloaga lo había pintado en París seis años antes.

El retrato como veis es espectacular, no solo por su tamaño, 151 x 196 cms, y su riqueza de color, sino principalmente por su factura : el vestido de la dama y la colcha verde brillante sobre la que descansa son sin duda de lo mejor que pintó en su vida el artista eibarrés. Una gran suerte encontrarlo en ésta exposición de Mapfre que estamos repasando, aunque repito, lo podeis ver cuando querais en Bilbao . Indudablemente se esmeró en su ejecución. ¿Quién era la condesa de Mathieu de Noailles?.

Anna Elisabeth, su nombre de pila, era a la sazón esposa del cuarto hijo del séptimo duque de Noailles, rama aristocrática francesa que se remonta al año 1663, además de princesa de Brancovan, dinastía rumana, por ascendencia paterna. Educada con esmero en su propia casa, hablaba inglés y alemán además del francés, pronto adquirió un destacado interés por las artes y especialmente por la música y la poesía. Su carácter apasionado y vital la llevaría a convertirse en una destacada figura de las letras del París de la época; admirada por muchos y rechazada por otros, es indudable sin embargo el encanto y la atracción que su poesía suscitaba en los círculos culturales que ella misma promovía.  En efecto, su salón en la avenida Hoche de París era habitualmente frecuentado por la flor y nata de la intelectualidad del momento; por allí pasaron entre otros André Guidé, Collete, Paul Valéry ó Max Jacob y, finalmente posiblemente a partir del año 1912, Zuloaga, quién ya tenía abierto su propio estudio en la rue de Caulaincourt.

Es bién conocida la abundante correspondencia entre el artista y su modelo en la que se refleja una mutua admiración. Anna, que a la sazón contaba 37 años de edad, seis menos que él, prefirió desde el primer momento trabajar en el estudio del pintor, donde las posibilidades de ser molestados o interrumpidos eran bastante menores. Lo cierto es que, por las palabras de la propia princesa, Zuloaga
acertó e incluso mejoró con creces las expectativas que en él se habían depositado :
 "Debo decirle con qué emocionante reconocimiento pienso en la perdurable gloria con la que usted me ha colmado por la presencia en el mundo de un divino lienzo sobre el cual todas las miradas se posarán asombradas cuando ni usted ni yo estemos ya."
Es decir, Zuloaga se esmeró, como hemos indicado al principio de estas notas, y Anne da la impresión que quedó subyugada por la obra, incluso se respira en estas palabras cierta admiración por el pintor como persona.......Así, viene a decir al término de los trabajos :
 
pues me encontraba muy bien en su casa, ¡no sólo
en pintura!”.
-eh oiga, no quiere ir demasiado lejos ?

 -tiene usted razón, se me iba la imaginación efectivamente demasiado lejos, pero trataba de expresar, dando a conocer esos detalles de su ejecución, un encanto especial que desde luego la obra refleja intensamente : en la postura de la dama, su maravilloso y casi sensual vestido, su mirada seductora, el pié que muestra una media de encaje, detalle ligeramente excesivo para la época, el cabello suelto y largo, todo naturalmente del máximo agrado de la mecenas y posteriormente de sus fieles admiradores y enseguida del público en general. Sin embargo nunca se expuso en París, pero sí en Estados Unidos en 1916 y 1917 para, solo dos años después, acabar en Bilbao como ya hemos comentado anteriormente.

Anna Elisabeth murió con 57 años y fué enterrada en París; era poseedora de la Legión de Honor, del Grand Prix de la Académie Francaise y pertenecía a la Real Academia Belga de Lengua y Literatura francesas. El  divino lienzo con su retrato sigue asombrando a todas las miradas que se posan en él



john singer sargent- retrato de madame allovard-jovan 1884


John Singer Sargent, con ese nombe y con esos apellidos, fué un pintor florentino. Sus padres, él de Gloucester, Massachusetts y ella de Phyladelphia, se embarcaron en un largo viaje por Europa en busca de consuelo tras la inesperada muerte del primero de sus hijos y acabaron afincándose en nuestro viejo continente. Su jóven valor, John, qué a sus 11 años ya hablaba con fluidez el francés y el italiano y se defendía bastante bién en alemán, empezó estudiando muy jóven en la Academia de Bellas Artes de la ciudad de Florecia y acabó sus días glorificado y triunfante en la Inglaterra de entreguerras.
Con tan solo 18 marchó con su padre a París permaneciendo bajo su influjo mágico hasta los 30. Allí, bajo la enseñanza del todavía joven maestro Carolus-Duran, se hizo pintor excelso y portentoso retratista. Singer Sargent le debe a éste su pasión por la pintura de Velázquez y su contribución al desarrollo del retrato moderno. Todavía más jóven, un Ramón Casas de tan solo 15 años, acudió también a la academia de Carolus-Durán y transmitió sus avanzadas ideas progresistas y hasta anarquistas a su condiscípulo florentino, ideas qué de ningún modo debían parecer extrañas en aquél ambiente antiacademicista donde se hacía hincapié en la práctica de la pintura alla prima,  forma de pintar que tanto gustaba a pintores como Velázquez ó Goya: la aplicación directa, espontánea y simúltánea de las pincelas sobre el lienzo prescindiendo del método académico de extensión de capas sucesivas que han de secar antes de dar las siguientes. 
Tres años después de su llegada a la capital del Sena estaba en condiciones de exponer en el Salón, donde al año siguiente obtuvo una mención honorable por su magnífica obra Fishings for oysters at Cancale que podeis admirar en la Galería de Arte Corcoran de Washington y a partir de ahí comenzaron a lloverle encargos, retratos principalmente de los que os mostramos tres de los primeros, el de Édouard y Marie-Louise Pailleron del año 1881,  el que llevó a cabo para Mrs. Henry White en 1883 y el más famoso y encantador de los tres, Las hijas de Edward Darley Boit (1882), que algunos han querido ver directamente emparentado con las Meninas de nuestro Velázquez.

Singer Sargent triunfaba en el París de la Belle Epoque cuando Zuloaga llegó de España para sumarse a la vanguardia de pintores y artistas y, al igual que éste, hizo del retrato uno de los pilares de su desarrollo artístico a la par que le deportaba una ansiada estabilidad económica. La demanda de éste género iba in crescendo a medida que se desarrollaba una clase burguesa pudiente que le otorgaba tanto una cualidad como objeto revelador de un cierto progreso social como de elemento apropiado para una inversión económica rentable. De ahí que todo aquel que quería ser considerado en ésta nueva sociedad tratara por todos los medios de hacerse con un retrato de algún afamado pintor.

En éste orden de cosas, sin embargo, John Singer Sargent no fué nunca requerido por madame Allovar-Jovan, dama originaria de los Estados Unidos y como el pintor expatriada en Francia, para que llevara a cabo el retrato que estamos viendo aunque con una ligera pero fundamental diferencia. El ansiaba pintarla y ofrecérselo y, finalmente aceptado, trasladó sus bártulos al castillo que el matrimonio poseía en la costa bretona y durante el verano de 1883 llevó a cabo su primera versión donde, Virginie Amélie, ese era su verdadero nombre de pila, luciendo el generoso escote que podemos contemplar, dejaba caer hasta medio brazo uno de sus dorados tirantes y ello, unido a su propia popularidad como mujer independiente, rica, al estar casada con una de las grandes fortunas de la época, Pierre Gautreau, y, según las gacetas de sociedad, proclive a los devaneos amorosos, provocó un rechazo de la obra en el Salón de 1884, hasta tal punto de que el artista, aunque subió el tirante tal como vemos, hubo de quedarse con el retrato y, más aún, provocó con seguridad, ante la caída en picado de encargos, su traslado al Reino Unido, donde, afortunadamente y como hemos adelantado al comienzo, prosperó artísticamente hasta convertirse en uno de los mejores retratistas de su generación. 

Sargent mantuvo expuesta la pintura en su estudio de Londres, según se cuenta le puso un nuevo nombre, Madame X, y finalmente, en 1916, lo vendió al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

El retrato destaca por la elegancia que trasmite la dama, tal como debía ser por el poderoso atractivo que al parecer provocaba entre los de su distinguido ambiente social, su sencillez y soltura de ejecución y sin lugar a dudas, por la blacura de su piel, blancura que se procuraba con una mezcla de polvos de arroz y lavanda.