la incomparable María Guerrero fué tan popular que las más sofisticadas pusieron de moda imitar sus grititos escénicos y salpicar sus conversaciones con ah! y oh! viniera o no a cuento.
Este comentario está extraído del magnífico libro de Ana Martos Rubio titulado Biografía canalla de Emilia Pardo Bazán, y da nota de la gran popularidad que por estos años de comienzos del siglo XX había alcanzado la gran actriz teatral.
Pero, os diréis, que relación tenía con el también celebradísimo pintor Don Joaquín Sorolla y Bastida ?.
Aún habiendo nacido María Guerrero en el seno de una familia culta y hasta cierto punto erudita, donde la pasión por el arte en general y la pintura en particular influyeron sobre la futura actriz desde su más temprana edad, tuvo sin embargo que aplicarse con gran tesón en sus comienzos, desde sus primeras apariciones en pequeños papeles mal retribuidos, hasta introducirse en el mundo de la Zarzuela donde el trabajo ya no la faltó; este esfuerzo la hizo enfermar y su padre la retiró provisionalmente de la escena.
Ya recuperada, el año 1890 fué definitivo en su carrera, en Marzo interpretó a Doña Mariquita en la Comedia Nueva de Moratín, donde nada menos que José de Echegaray quedó impresionado de sus dotes de actriz y desde entonces mantuvo una gran amistad con María, y en Noviembre de ese año obtuvo un clamoroso éxito interpretando a doña Inés en el Tenorio, y en la que el propio autor José de Zorrilla, ya muy mayor, subió al escenario y besó y abrazó emocionado a la actriz.
-oiga, pero no nos iba a hablar de su relación con Sorolla?-
tiene usted razón, pero permítame que antes le hable de una afición de María que no deja de ser curiosa: desde niña sintió siempre un gran deseo de hacerse pintar, sí, créalo, tener retratos suyos hechos por pintores allegados al ambiente artístico en que se movía su familia. Así, el pintor valenciano Emilio Sala la pintaría con 11 años y posteriormente lo harían, entre otros, Raimundo de Madrazo y Daniel Vázquez Díaz. Y nuestro Sorolla no podía faltar a esta cita, no en vano era el pintor más famoso y solicitado de esos años; fué él mismo el que le pidió a la actriz que le permitiera hacerle un retrato, pero no un retrato cualquiera, sería algo digno de colgarse en las mismísimas paredes del Museo del Prado, y aquí nos demuestra la gran devoción y admiración que sentía por Velázquez, y que después, al hablar de nuestra obra, abordaremos. Lo cierto es que entre ambos se fué consolidando una gran amistad que duraría toda la vida y que se acrecentó cuando María Guerrero cambió de domicilio y fué a vivir justamente al lado del pequeño palacete que el pintor había adquirido en la calle de Martínez Campos de Madrid y que hoy es el Museo Sorolla. Al parecer, María proporcionaba al valenciano vestidos e indumentaria que pudieran servirle en su trabajo de pintor.
En el este retrato María Guerrero contaba con ventinueve años y es el resultado definitivo de una primera versión del año 1897, ya que nueve años después modificó su tamaño añadiendo retales arriba y abajo, enriqueciendo el fondo donde añadió una figura, la del esposo de María, Fernando Díaz de Mendoza, también actor, aquí como Rufino , profesor de ella, Finea, personaje principal en La Dama Boba de Lope de Vega y transformó su rostro por otro más bello, más luminoso y excelentemente resuelto como era en él habitual.
Y ahora hablamos de Velázquez, qué, no lo negareis, es en quién habéis pensado nada más ver el retrato. !Es todo un homenaje descarado al excelso sevillano!, y que me perdone Don Joaquín. Y si no acordaros de Las Meninas ó de La infanta Margarita: prestancia, serenidad, sencillez de pincelada....solo el rostro de La Dama Boba es más risueño, más alegre y vivaz como correspondía a su carácter dentro y fuera de la escena.