lunes, 18 de diciembre de 2023

la reina doña juana en los adarves del castillo de la Mota - 1873


se trata de una pintura un tanto emotiva al ser quizá la última de su vida, pués murió ese mismo año y la dejó inacabada. Desde luego, no hay más que verla, está dentro del estilo libre y espontáneo de su madurez como artista que ya hemos comentado en otras entradas de esta Exposición.

Al parecer rosales viajó el año 1872 a Medina del Campo (Valladolid) donde visitó su castillo. En el Museo del Prado se puede encontrar un boceto preparatorio en el que aparecen algunos torreones de ese castillo, el Castillo de la Mota, con tonalidades casi idénticas a las de la obra final, y que se debería sin duda a esta visita, lo cual indica que, una vez más, puso un gran interés y dedicación en su elaboración.

Sentada en un poyete de piedra en medio de un vendaval, la infanta doña Juana, hija de loa Reyes Católicos y madre del futuro Carlos I de España, tras haber dado a luz a uno de sus hijos, se resiste a volver al castillo, obsesionada con su deseo de viajar para reunirse con su queridísimo esposo, Felipe el Hermoso, trás recibir una carta suya pidiéndo verla y qué, a la sazón, se encontraba en Flandes con algunos de sus hijos desde hacía 11 meses.  

Su mayordomo señala la figura de un anciano revestido de púrpura a la derecha que sin duda se trata del Cardenal Cisneros, enviado por la propia reina madre Isabel la Católica para intentar mantener retenida a su hija en Medina.

La figura de Juana, abrigada con manto negro y con los cabellos al viento, nos traen a la memoria otra doña Juana, esta vez debida al pintor Francisco de Pradilla en su famosísima obra doña Juana la Loca, de tan solo cuatro años después, 1877 , también propiedad del Museo del Prado e incluida en este blog, y en la que el viento también alborota el pelo y levanta el velo fúnebre de la infanta, aunque en sentido opuesto a la de Rosales, pero no es ni mucho menos desacertado el ver cierta similitud en la disposición de la escena y en la aptitud desolada de doña Juana. No en vano Francisco Pradilla es considerado por muchos un continuador de la obra de Rosales.


Concepción Serrano, depués condesa de Santovenia - 1871


 Encontrándose Rosales en la plenitud de su fama y de su técnica artística, recibió este encargo nada menos que del Presidente del Gobierno, el general Serrrano, conde de la Torre, regente del reino tras el destronamiento de Isabel II, que había marchado tristemente al exilio.

El retrato era de su hija primogénita, Concepción, de 21 años de edad, y aquí el pintor nos la presenta vestida según era la moda de su tiempo y posando en medio de un paisaje campestre. Casaría nueve años más tarde con el conde de Santovenia, José María Martínez de Campos, poseedor de una gran fortuna. La boda se celebró en París, y fué una boda doble  pues al mismo tiempo se unieron en matrimonio dos hermanos de estos, Francisco, hermano de Concepción que casó con Mercedes, hermana de José María, La condesa de la Torre, su madre, se desvivió para que el acontecimiento fuese recordado siempre como un acontecimiento social y religioso fastuoso.

Esta obra figuró también en la Exposición Nacional del año 1871, como su famosa Muerte de Lucrecia, y, como ésta, causó sensación pero la crítica fue más benevolente que lo fué con la segunda según ya comentamos. En efecto, algo tenía el retrato que lo distanciaba de la mayoría de los ejecutados en España por otros pintores hasta ese momento: el colorido brillante de su ropa poniendo en evidencia su alto rango social, una vez más su pincelada suelta y precisa, quizás el maravilloso empaque y sencillez de pose, que recuerda una vez más a su admirado Velázquez, y la expresión dulce y todavía infantil de la muchacha.....no es un rostro enormemente adorable?. Agrandar todo lo posible la imágen y deleitaros con esos ojos de niña-mujer que sonríen levemente....

muerte de Lucrecia - 1871


 ya desde el año 1865, Rosales, en Roma, había comenzado a pensar  en otra gran obra histórica que volviera a triunfar en alguna de las próximas Exposiciones Nacionales, tal como ocurriera con su homenajeado Testamento de Isabel la Católica. Finalmente se decidió por un suceso fundamental en la historia de la Roma antigua y que pudo conocer en los Anales de Tito Livio : Lucrecia ultrajada por Tarquinio, un tema más de carácter moral ó ético que meramente patriótico ó enmarcado en la época medieval.

No pudo acabar la obra cuando había previsto y hubo de esperar para su presentación hasta la del año 1871. Al parecer, según él mismo afirmó, el personaje de Lucrecia y la movilidad de los caracteres que la escena exigía, ciertamente violenta, le trajeron de cabeza durante muchos meses.

Dos años antes, en 1869, Rosales ya se había traído la obra acabada a España, junto con la presentación de Don juan de Austria, Doña Blanca de Navarra entregada al captal del Buch y el retrato de la señorita Concha Serrano que veremos más adelante; debió de estar casi cuatro años embebido en sus preparativos y ejecución. Finalmente se pudo ver en los salones de la Exposición que aquel año, 1871, estuvo presidida en su inaguración por los reyes Amadeo de Saboya y esposa. Rosales obtuvo, una vez más, casi por unanimidad, la primera medalla de oro. Sin embargo, gran parte de la crítica posterior le fué adversa, llegando a decir cosas como que " parecía pintado con brocha de afeitar" ó ...."parece el autor empeñado en abocetar y no concluir"...

Para la crítica era pues un boceto de grandes dimensiones.

Rosales reaccionó ...."sì,  el cuadro no está terminado, pero está hecho", y enrolló la tela y se la llevó a su estudio sin ni siquiera aceptar las 12000 pesetas que Fomento le estaba ofreciendo. Diez años más tarde, ya muerto el pintor, el Estado lo adquiriría pos 35000 pesetas. Todo debido a que la obra es de una maravillosa y desconcertante modernidad, pero que a Rosales le sirvió para amargarle los últimos años de su vida.

Lucrecia, violada por Tarquinio, hijo del Rey de Roma, se suicida. Rosales reproduce la escena en una estancia lúgubre y gris en la que resplandece la piel blanca y mortecina del brazo y la cabeza de la mujer que parece llenar toda la escena. El resto de los personajes, su padre y su esposo que sujetan su cuerpo, Bruto a la derecha levantando un puñal y jurando venganza, y al parecer Valerio, visten todos ropas de tonos austeros, apenas sin colorido, pero, no quisiera insistir en ello, ejecutados todos con tal soltura y espontaneidad, tal economía de trazo, tal rigor y realismo, que parece hecho por cualquier pintor posterior en varias décadas a Rosales.

Muchísimos pintores trataron este tema de Lucrecia, tales como Durero, Tiziano, Boticelli, Rafael, Tintoretto, el Veronés, Rembrandt, Artemisa Gentileschy, Tiépolo ctr. ctr. 

mujer al salir del baño - 1869


 su postura recuerda mucho a otra obra bastante famosa, una escultura del año 1861, titulada Bañista, del pintor y escultor alemán Reinhold Begas, con quién coincidió Rosales en Roma. 

La llevó a cabo en un solo día y es muy posible que su modelo fuese Nicolina, frecuente en su estudio. Se trata de una pintura abocetada, un simple estudio hecho con rapidéz y precisión y con una paleta sobria pero acertadísima: veladuras de rosas suaves y delicados a las que contrapone pinceladas verdosas, largas y de apariencia descuidada, y con las que consigue una transparencia sin igual de la piel de la muchacha. Todavía es más espontáneo y sutil, y os pido que amplieis al máximo la imagen, pintando su pelo, donde llega a raspar la pintura con el mango del pincel, o la parte inferior de sus nalgas. Para mí se acerca a algunos de los más importantes pintores impresionistas, como Renoir ó Degas.

Algunos estudiosos han llegado a considerar esta obra como el más hermoso desnudo de la pintura española del siglo XIX. En este momento le quedaban tan solo cuatro años de vida. Hasta donde habría llegado sin esa muerte prematura....?  

presentación de Juan de Austria al emperador Carlos V en Yuste - 1869


 permitirme que aproveche esta obra para extenderme algo en las circunstancias que rodean este emotivo momento histórico descrito por el pincel de Eduardo Rosales.

Vamos a remontarnos al verano del año 1546, cuando el Emperador Carlos V asistía a la Dieta Imperial que se celebraba en la ciudad de Ratisbona, contando con 46 años de edad. Allí conoció a una jóven de 19 años, Bárbara, quedando prendado de su belleza y, según cuentan, de su preciosa voz. Enamorados, mantuvieron un idilio del que nacería al año siguiente un hijo varón, Juan, futuro Juan de Austria. Todo hubo de mantenerse en estricto secreto.

Bárbara, hija de Wolfgang Blombery, un negociante en pieles de esa localidad, se casó tres años después con un tal Jerónimo Píramo, que pasó a ser el primer y principal tutor de Juan, a quién empezó a llamarle Jerónimo ó Jeromín; a cambio el propio Emperador le nombró para Bruselas, comisario del ejército de la Corte de María de Hungría, hija de Felipe el Hermoso y  Juana de Castilla.

Juan fué finalmente separado de su madre y educado primero por Adrián du Bois, ayudante de cámara del propio Emperador y posteriormente, ya en España, por Ana Medina y Francisco Massy, tañedor de viola de la Capilla Imperial, quienes residían en Leganés y que se comprometieron a continuar la educación del niño por 50 ducados anuales. Esto debió ser hacia el año 1551, cuando Juan ó Jeromín, como era llamado con más frecuencia, tenía unos 4 ó 5 años de edad.

Tan solo tres años después, en el verano de 1554, se le trasladó al castillo de don Luis de Quijada en Villagarcía de Campos (Valladolid), donde su esposa Magdalena de Ulloa se ocupó de su educación, auxiliado por un maestro de latín, un capellán y un escudero.

EL 26 de Septiembre del año 1556 el emperador, Carlos V partió de Laredo iniciando un viaje por toda Castilla para acabar finalmente en Cuacos de Yuste (Extremadura), en un monasterio  de la Orden de San Jerónimo donde a la sazón residían 38 monjes, y donde acabaría su enormemente ajetreada vida, dos años después. Padecía ya grandes dolores a causa de la gota y posiblemente de la artritis. En estas condiciones recibió a su hijo natural. Al parecer el Emperador quiso tener cerca de sí a este hijo, ya un mocete de 11 años,  al que apenas conocía. Por ello encomendó reiteradamente a don Luis y doña Magdalena se instalasen con el niño en el mismo pueblo de Cuacos, cosa que finalmente hicieron, ya en 1558, año de la muerte de su Emperador. El encuentro padre-hijo, uno acabando su vida y otro empezándola, debió ser realmente emocionante.

Volviendo al cuadro que nos ocupa, hay que decir una vez más que se trata de una obra de una sobriedad y sencillez de pincelada propias del Rosales de este período, otro empuje hacia la modernidad. Ver los rostros enjutos, de trazo rápido, medio esbozados, pero llenos de vigor, especialmente en el tropel de personajes que acompañan al niño, donde dos de ellos comentan algo en silencio. Juan, en actitud respetuosa, casi en posición de firmes, luce vestimenta adecuada para la ocasión de color azul de prusia que contrasta maravillosamente con el tono pardo- marrón del resto, en mi opinión un gran acierto. En resumen, un tema intensamente emotivo el elegido por nuestro pintor madrileño 

doña Blanca de Navarra entregaga al capitán de Buch - 1869


 una vez contrajo matrimonio Eduardo Rosales en Madrid el año 1868, y, siendo ya un pintor de renombre, especialmente tras el éxito alcanzado en la Exposición Nacional de 1864, los encargos de todo tipo comenzaron a llegar, tanto desde la Iglesia, como desde la aristocracia y del mundo de la política.

La que vemos ahora es una obra de encargo qué, por su tamaño, 58 x 106 cms. no está entre aquellos de gran formato destinados a museos, grandes exposiciones ó estancias nobles y palaciegas, sino más bién a salones de viviendas particulares de la clase burguesa en alza.

Rosales, pese a su independencia temática y a su avanzada técnica, participó del movimiento historicista de todos esos años como lo prueba ésta y otras muchas obras.

Una tiple arcada sirve de fondo a la estancia donde se desarrolla la escena. A la derecha sitúa una escalera por la que descienden las damas de compañía de Doña Blanca. Al parecer el pintor se fijó en el palacio del Podestá de Florencia   

Doña Blanca, hija de juan II de Navarra. es condenada a prisión por su propio padre por negarse a contraer matrimonio con Carlos, duque de Berry, hijo de Luis XI de Francia, y así, vemos como Mosén Pierres de Peralta la va a entregar al captal del Buch en presencia de sus oficiales a la izquierda. Como aclaración,"captal" era un título feudal que equivalía a capitán ó primer jefe, y Buch es el nombre de una localidad de la Aquitania, con puerta al Atlántico, en la zona francesa de las Landas. 

sábado, 16 de diciembre de 2023

Antonia Martínez de Pedrosa - 1867


 Aquí vemos a la tía materna del pintor. Se trata de un estudio preparatorio de la obra definitiva que, hasta el momento, no ha sido localizada. Según se puede leer en la reseña de la página del propio Museo del Prado, ........"perteneció al estudioso de la obra de Rosales y director del Museo del Prado, Xavier de Salas....".

Es pues un estudio que hoy la consideramos una obra magnífica por su modernidad y espontaneidad de pincelada. Naturalmente en la mentalidad artística de mediados del siglo XIX, efectivamente no pasaría de boceto previo a "algo" mucho más elaborado y académico. Pero Rosales posiblemente no  desarrolló ni complicó  en demasía la obra final que desgraciadamente, por ahora, no conocemos. al menos a la vista de su forma de hacer de éste período de su carrera.   

Isabel la Católica dictando su testamento -1864


Muchos de vosotros también la conoceréis por "el testamento de Isabel la Católica", como es conocida esta obra habitualmente.

El año 1864, para la Exposición Nacional de Bellas Artes, Rosales se decidió por una obra de grandes dimensiones, nada menos que 287 x 398 cms. Aunque ésta le había llevado casi año y medio de trabajo dado su tamaño, no hubo en la tarea ni las vacilaciones, ni las demoras y vueltas atrás que envolvieron algunas de sus obras anteriores, como la ya comentada anteriormente de Tobías y el Angel. El resultado fué algo realmente sensacional que produjo un gran impacto en el mundillo artístico de esos años.

En efecto, se trata de la confirmación plena del realismo en su forma de hacer, realismo que procedía directamente de su admiración por los grandes pintores españoles del siglo de Oro, especialmente de Velázquez. Definitivamente abandona lo poco que quedaba de aquellos gestos de influencia nazarena y adopta una postura artística propia y definitiva que ya lo acompañará durante el resto de su carrera artística.

Pero quizá lo más notable de todo fué la gran influencia que la aparición de ésta obra tuvo en sus propios compañeros de Roma y en muchos grandes artistas españoles posteriores y que llevaría desde ahí, sin interrupción, hasta el realismo social que inundó el arte y la literatura europeas.

Dos años antes ,en la de 1862, ya había sido galardonado con una medalla honorífica por su Niña sentada en una silla con un gato (ó  Nena); en esta que vemos, sin discusión, recibió la Primera medalla. Al año siguiente la obra fue adquirida por el Estado para el Museo Nacional o de la Trinidad, y posteriormente, trás su disolución, al del Prado. En 1867 fué presentada en la Exposición Universal de París y obtuvo la Primera medalla de Oro para extranjeros. Ese mismo año nuestro pintor pudo lucir la escarapela roja que distingue a todos los homenajeados con la famosa Legión de Honor que otorga la república francesa.; no se puede pedir más.

Su composición es muy simple : la cama con dosel de la Reina moribunda, magníficamente iluminada, llena todo el centro del cuadro, y todos los acompañantes lo bordean a derecha e izquierda en la sombra, exceptuando dos figuras; en el lado izquierdo la figura sedante de su esposo, Fernando, que destaca en brillantes bermellones con su hija, futura Juana I de Castilla; detrás, y, a la derecha, la figura de otro noble, ataviado con brillante capa en verdes y oro y blanquísimas y luminosas medias blancas en diálogo con el tono del hábito del que parece ser el Cardenal Cisneros, en aquel momento Arzobispo de Toledo y confesor de la reina.

Hasta aquí la composición; pero fijémonos en cada uno de los rostros, inmóviles y sumidos en una gran tristeza, que Rosales ha resuelto de forma breve y concisa, con una pincelada breve y harto eficaz, sin ninguna pretensión. Solo en el de Isabel se detiene más en los detalles de su fisonomía, mostrando una hermosa languided y serenidad ante su trance final.

En fín, precisamente de ésta obra podreis encontrar en la web un sinfín de estudios y comentarios.  


 

Ciociara - hacia 1862


 como parte de la actividad artística que Rosales llevó a cabo durante su estancia en Roma, cabe destacar algunos bellisimos estudios, realmente para hoy día obras completas, de muchachas.

Entre ellas, ésta que vemos, propiedad del Museo del Prado, titulada Ciociara, que no creaís que es nombre de pila, sino una denominación de carácter general que se aplicó a algunas chicas, en general de origen campesino, que acudían a la capital romana bién para vender productos de la campiña, bién para servir como domésticas en las casas de la capital.....Lo cierto es que se puso de moda entre los pintores tomarlas como modelo a cambio de una pequeña cantidad, aunque no siempre, e incluso se recurrió a la incipiente fotografía. Según he podido leer, la famosa Piazza de Spagna, que con seguri dad todos conoceis, era su punto de reunión, el lugar más concurrido por ellas para ofrecer sus servicios a los artistas en busca de ese pequeño sobresueldo.

Para mi gusto, la espontaneidad y soltura de pincelada de Rosales en esta su Ciociara es de una exquisited sorprendente: agrandar cuanto podaís la imagen y disfrutar de esa belleza, cualidad que  recuerda mucho al genial Velázquez en muchas de sus grandes obras; !que simpleza en la dificil resolución de los contrastes luz-sombra, que rapidez de ejecución sin detalles innecesarios, solo luz y color hábilmente distribuidos para concretar los volúmenes. La postura en descanso de la muchacha, que se sabe se llamaba Pascucia, y su rostro insinuante y risueño, son encantadores.

El lienzo fué adquirido en 1948 por 10.000 pesetas. Viene al caso el hecho de que ésta pintura fué cedida por el Museo del Prado al Thyssen  de Madrid para la exposición "Obras invitadas" celebrada el año 2018. Mar Borobia, jefa del área de pintura antigua y comisaria de dicha exposición, pensó en ella para que dialogara con otra muy similar del pintor John Singer Sargent, su famosa Vendedora veneciana de cebollas (1880-1882), que el pintor florentino llevó a cabo durante su primera estancia en Venecia y que podeis admirar en este museo de Madrid.

Maximina Martínez de Pedrosa - 1860


 se trata de su prima Maximina a la edad de 21 años. Una pequeña obra al óleo de tan solo 54 X 43 cms.

En 1960, Rosales interrumpió su estancia en Roma y volvió al verano madrileño. Allí llevó a cabo este bellísimo retrato de la que sería su esposa 8 años después. La obra, plena de sencillez y frescura, sin ningún tipo de artificios, se centra de manera destacada en los ojos de la jóven. Son varios los retratos de familia que el pintor finalizaría en este período 

Tobías y el ángel - 1858 -63


 Ya apuntábamos en nuestra anterior entrada, García Aznar conde de Aragón, que la decisión de trasladarse a Roma, una vez completada su formación artística, la tomó Rosales un poco a la ligera, sin contar con apoyo oficial alguno que le asegurase su subsistencia en la Ciudad Eterna. En parte animado por sus compañeros de oficio, quienes le ayudaron en sus primeros gastos, en parte por los auspicios del pintor y amigo Vicente Palmaroli, acabó finalmente en la entonces meca del arte, con muchas ilusiones y un gran porvenir a la vista, dado el notable nivel artístico alcanzado en sus años de aprendizaje.

Afortunadamente, en un plazo relativamente breve, obtuvo al fin, un poco a modo de gracia, la codiciada beca otorgada por la Academia de Bellas Artes que le permitía la estancia sin problemas, pero al mismo tiempo le obligaba a la realización de la consabida obra obligatoria como al resto de los becados. El mismo año de 1858 dió comienzo a los bocetos y estudios previos relacionados con este pasaje bíblico, Tobías y el Angel, que nuestro pintor, sea por su ya incipiente mal estado de salud, o quizá por circunstancias artísticas más profundas, nunca acabó definitivamente. Fueron nada menos que casi cinco años de dudas, arrepentimientos, vueltas a empezar, descontento y hasta frustación.

En definitiva, mal aceptada por sus académicos mecenas, pero.......el tiempo inexorablemente pone las cosas en su sitio: para nuestra época la obra constituye una hermosa y espontánea representación del pasaje, sin necesidad de añadirle nada de los detalles minuciosos y académicos que entonces eran los más valorados y se consideraban imprescindibles en toda obra "bien acabada".

Del esfuerzo y atención que puso en ello son testigos la gran cantidad de dibujos preparatorios que hoy se conservan en el Museo del Prado. Acudir si os interesa a la página sobre esta obra del Museo del Prado en la web .(ver FICHA TÉCNICA ).  

Mucho antes de sus años romanos, ya hacia 1809, un grupo de artistas agrupados en la llamada Hermandad de San Lúcas, de origen alemán, que posteriormente serían denominados Nazarenos, se había instalado en el monasterio italiano abandonado de San Isidoro,  viviendo como una auténtica comunidad religiosa. Reivindicaban en su contenido artístico el espíritu religioso medieval. la espiritualidad de los primeros cristianos, virtudes un tanto desprestigiadas por la modernidad, y el uso de la pintura monumental al fresco. Rosales, al igual que otros compañeros en la Academia, entró en contacto con ellos, y quizá buscó inspiración para la realización de su obra en algunas de sus ideas básicas. Una de ellas era el incluir a menudo figuras angélicas en sus representaciones.

Así, podemos ver aquí al arcángel San Rafael mostrando al joven Tobías, reposando abrazado en su regazo, un gran pez del que debe extraer la hiel que logrará curar la ceguera de su padre.   


Eduardo Rosales - García Aznar, conde de Aragón - 1857


Hoy comienzo a presentaros algunas de las obras que el Museo del Prado ha querido presentar juntas, todas de sus fondos, del pintor madrileño Eduardo Rosales, artista insigne pero, a nuestro pesar, de poco recorrido artístico, ya que, habiendo contraído la tuberculosis a los 20 años, murió con tan solo 36 años tras una lucha continua con la enfermedad.

Esta primera obra, García Aznar, conde de Aragón, la llevó a cabo durante sus primeros años de estancia en Roma, contando con 21 años de edad. De familia modesta, ingresó a los 15 años en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y tuvo la suerte de contar con don Federico Madrazo, retratista de la Corona, como profesor. Precisamente de este pintor, os muestro su retrato de Isabel II de España cuando contaba con 18 años,  que también pertenece al Prado, y que viene al caso por tratarse de la soberana que, un año antes, concibió el proyecto de la realización de una gran serie de pinturas que representasen nada menos que a todos sus antecesores en el trono, remontándose lo más posible en el tiempo.

El encargo recayó en don José de Madrazo, padre de Federico, y que a la sazón era director del Real Museo de Pintura y Escultura, el actual Museo del Prado, quién contó para la ingente labor con lo mejor del panorama artístico de la época, Rosales incluído, que , como veis se remontó nada menos que casi un siglo al elegir a uno de los últimos condes del Condado de Aragón, Galindo II Aznárez, que gobernó en la casa entre los años 893 y 922.

De la obra no podemos más que alabar su soltura, su belleza de colorido, contraponiendo el magnífico azul de la túnica al rojo brillante del manto que adorna con los blancos tonos del armiño. Cualidades más que notorias en un joven de 21 años, magníficamente aleccionado por Federico, uno de nuestros mejores retratistas del XIX.

Os dejo una referencia encontrada en la web donde podéis ver muchas de las obras de Serie cronológica de los Reyes de España de la que estamos hablando.

Serie cronológica de los Reyes de España