Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III (1608-1675) y de la
infanta española María Ana de Austria, hija menor de Felipe III y de
Margarita de Austria (1606-1646), nació en el Palacio Imperial de Viena
el 21 de diciembre de 1634 y desde niña estuvo comprometida con su primo
Baltasar Carlos (1629-1646). La prematura muerte del príncipe hizo que
Felipe IV (1605-1665), viudo de Isabel de Francia (1621-1644), se
comprometiera con la joven archiduquesa, que se convirtió así, tras su
matrimonio, en reina consorte de España (1649-1665) y después regente,
como madre de Carlos II (1665-1675). Murió el 16 de mayo de 1696 en el
madrileño Palacio de Uceda. Este retrato fue pintado poco después de la
boda de Mariana con Felipe IV, entre 1652 y 1655, por los mismos años en
que la retrató Velázquez en la magnífica pintura del Prado (P01191);
recuerda también al busto inacabado del Meadows Museum (inv. 78.01). Es
una obra de calidad, realismo, vivacidad y austeridad, dentro de los
cánones del retrato cortesano madrileño, que algunos críticos como
Perera, Gomis y Tomás, han atribuido a Velázquez. El pintor sevillano,
al igual que otros grandes maestros de los siglos XVI y XVII, pintó
pequeños retratos sobre naipes o chapas de cobre, muy difíciles de
identificar; pero, por el momento, un pequeño retrato del conde duque de
Olivares, procedente de la colección del rey Carlos IV, es el de más
segura autoría. Sabemos que Velázquez pintó este tipo de retratos desde
su llegada a Madrid pues, como pintor de corte, estaba dentro de sus
cometidos la realización de estos retraticos de la familia real
y también de su valido el Conde-duque, cuya finalidad era doble: por un
lado, cumplían la función de regalo de Estado y, por otro, el de
retrato íntimo. Según la documentación conservada, en 1627 Velázquez
pintó una pareja, due ritrattini, para Vincenzo II Gonzaga, conde de
Mantua. En 1629, otros dos, uno del rey y otro de su valido para el
marqués de Montesclaros. Años después, en 1638, realizó un retrato del
rey para el reverso de una joya de diamantes con forma de águila,
destinada a Francisco I de Este, duque de Módena, y en 1640, unos
retratos de la reina para joyas que debían enviarse a Marie de Rohan,
duquesa de Chevreuse, por medio del marqués Virgilio Malvezzi, aunque no
existe certeza de si los llegó a pintar. Estas referencias informan del
papel desempeñado por este tipo de retratos en las relaciones
diplomáticas de la corte española. Sin embargo, el pequeño retrato de la
reina Mariana del Museo del Prado y otro, que probablemente también la
represente, del Museo Lázaro Galdiano, hablan del uso privado de este
tipo de pintura. Presentan mayor tamaño y un formato rectangular, lo que
indica que su destino no fue una joya sino un retrato para ver en la
intimidad que podía guardarse y ocultarse con facilidad. Velázquez pintó
pequeños retratos pero, la mayor parte de los requeridos fueron
pintados por otros artistas, tal vez Eugenio de las Cuevas, Diego de
Lucena, Tomás de Aguiar o Francisco Palacios. De todos ellos, la
documentación que conocemos es mínima. El madrileño Eugenio de la Cuevas
(1613-1667) en pequeño pintaba cosas de muy buen gusto: como son laminitas para joyas, y retratos pequeños; el andaluz Diego de Lucena los hacía con superior excelencia, en lo grande y en lo pequeño; y Tomás de Aguiar, activo en Madrid a mediados del siglo XVII, con gran crédito retrató al óleo en pequeño con semejanza y buenas máximas (Texto extractado de Espinosa, C.: Las miniaturas en el Museo Nacional del Prado. Catálogo razonado, Museo del Prado, 2011, pp. 26-27).
(extraído de la página oficial del Museo del Prado : http://www.museodelprado.es/ )
No hay comentarios:
Publicar un comentario