Georges Michel llevó a cabo su obra principalmente en los alrededores de París, en especial en los altos que dominaban la capital, todavía descampados abiertos donde solamente se podían encontrar algunos pueblecitos y granjas aisladas, canteras y en especial molinos de viento como el que aparece en este cuadro. Hoy las alturas de París constituyen el otrora famoso barrio de Montmartre, Monte de Marte, donde el único vestigio de ésta época en la que Michel pintó el cuadro, podría ser el famoso cabaret Moulin Rouge, aunque solo por la referencia del Molino, pués se construyó ya como local festivo el año 1889, esto es, muy posteriormente. Pero, en fín, alguna relación existe, aunque solo sea su nombre y este símbolo emblemático recordando el antiguo lugar.
Toda la zona de Montmartre, por su altura, gozaba siempre de vientos que la convertían en el lugar adecuado para poner molinos y así facilitar las labores de muela de granos, vides y piedra. Las canteras eran abundantes por todos los alrededores y la existencia de un molino lo más cerca posible facilitaba las duras labores de molición y corte de la piedra.
Cuando Napoleón III llamó a Haussmann para reformar la capital de Francia, las clases obreras vieron como la apertura de éspléndidos paseos y boulevares y la construcción de hermosas manzanas destinadas a la burguesía más floreciente, destruían sus viejos e intrincados barrios que constituían su hogar, viéndose obligados a desplazarse al extrarradio y Montmartre fué uno de los sitios elegidos. A partir de ahí estos campos de molinos, oteros desnudos y minas fué sustituído por los arrabales de una ciudad en constante crecimiento y progreso. De los casi cincuenta molinos que se contaban en la zona, solo quedaban a finales de siglo 3.
Michel nos ha dejado en muchos de sus cuadros, ver la siguiente entrada, un testimonio de los extrarradios del Paris de mitad del siglo XIX. Me direis que son todos parecidísimos y así es ,en efecto. La intención del pintor no es pintar éste molino ó aquel otro, sino más bién representar la desnudez de aquellas colinas sometidas a un tiempo desapacible y tormentoso, y de paso , para situar el lugar y amenizar el cuadro, pone un molino.
Por supuesto, Michel era parisino, hijo de un empleado de Les Halles, el mercado central de la capital, y nunca consiguió un gran reconocimiento de su obra. Se sabe que trabajó en sus primeros años en una granja por Saint-Denis, al norte de París y que a sus doce años ya estaba recibiendo clases de dibujo y pintura, pero fué el conocimiento directo de la obra de Rembrandt y sobre todo de Jacob van Ruisdael y Meindert Hobbema, a través de las copias y restauraciones para las que fué contratado en el Louvre, lo que cambió su forma de pintar. El paisaje holandés volvía a ejercer su influencia y fascinación sobre otro pintor más. Por estos años ya pintaba al aire libre, normalmente pequeños bocetos que posteriormente completaba al óleo ó a la acuarela. Michel debutó en el Salón de París en 1791 y lo siguió haciendo de forma continuada durante muchos otros después pero, como hemos indicado antes, su obra nunca fué bién reconocida e incluso se le olvidó después de su muerte.
Estos cuadros de los molinos son ya de su época más madura en la que sale habitualmente a pintar al aire libre cargando con sus bártulos y siempre por los campos que rodean París : Saint-Denis, y los pequeños pueblos de Vaugirard, Grenelle, Montsouris, Romainville y Le Pré-Saint-Gervais. Su pincelada, como veis, es dura y bién visible, sus tonos de color sirven para establecer bellísimos contrastes de luces y sombras y sus cielos, oscuros y amenazadores, sirven de fondo a vastas extensiones desnudas donde sitúa pequeñas referencias de pueblos y molinos, perfectamente mimetizados en un conjunto magníficamente unificado. A medida que ahondaba en este paisaje, el contraste fué haciéndose mayor así como el dramatismo de la escena.
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