Casi simultáneamente con los trabajos de la Capilla de San José, el Greco recibió el encargo de llevar a cabo el retablo mayor de la iglesia del Colegio de la Encarnación de Madrid. Se trataba de un seminario de la orden Agustina. Trabajos de esta envergadura no le habían de faltar en estos años postreros de su vida de pintor. También es conocido como Colegio de doña María de Aragón, nombre de una dama al servicio de Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II y dueña de honor de la infanta Isabel Clara Eugenia, dama qué fundó y corrió con todos los gastos del colegio en cuestión. En un documento encontrado de fecha 20 de diciembre de 1596, el Greco da poder a su colaborador Francisco Preboste para que " .....por mí y en mi nombre y como yo mismo representando mi propia persona me podais obligar y obligueis a que aré el dicho retablo y le daré hecho y acabado e asentado dentro de los dichos tres anos...........". Así pués el pintor se comprometía a hacer retablo y pinturas y su colocación en el mismo en el plazo de tres años en lo que sería un seminario de agustinos.
La composición del retablo y los cuadros con los que fué decorado por el Greco no ha estado ni mucho menos claro hasta el hallazgo, nada menos que ya en el año 1985, de una relación de éstas obras en la llamada casa de la Inquisición de Madrid, hoy convento de las Reparadoras. Estas pudieron haber permanecido allí desde que se cerró el Colegio-convento de la Encarnación con José Bonaparte en 1809 y, siendo la relación mencionada del año 1814, creo que debemos tomarla como buena. Según ésta, el retablo estaría formado por tres calles verticales con dos cuadros en cada una de ellas y aún había una séptima obra, es posible que de pequeño tamaño como remate superior, de la que se ha perdido el rastro.
Las pinturas visitaron suscesivamente varios aposentos hasta acabar en el Museo de la Trinidad que albergó obras de arte provenientes de la desamortización de Mendizabal. En 1872 dicho museo se fundió con el del Prado y nuestras buscadas pinturas acabaron felizmente su periplo. Hoy podemos ver cinco de ellas, pués la sexta, La Adoración de los pastores, que presentamos en la siguiente entrada, fué vendida y se encuentra desde 1948 en el Museo Nacional de Arte de Bucarest. Estas cinco obras son :
Anunciación, Bautismo, Crucifixión, Resurrección, y Pentecostés, todas de formato vertical alargado adaptándose a la disposición del retablo en cuestión. Todas fieles exponentes del estilo escueto, austero, centrado en las figuras y en los efectos lumínicos y atmosféricos del cretense en esos años de finales de siglo, excepto quizá el que estamos viendo de la Anunciación, más relajado y claro de luz y color. Todas además se pueden contemplar juntas en la misma sala del Museo de Prado, formando un conjunto único y maravilloso para deleite del observador; lástima que falte la guinda que sería La Adoración de los Pastores de Bucarest.....!.
Se conocen de nuestra Anunciación dos pequeñas obras, aproximadamente 114 x 65 cms., que pueden ser copias de encargo ó modelos del Taller. Una la podemos ver en el Museo Thyssen de Madrid y la otra en el de Bellas Artes de Bilbao. El cuadro permaneció en el entonces reciente Prado tan solo once años, pues en 1883 fué cedido a la Biblioteca-Museu Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú, donde estuvo expuesto nada menos que 98 años.
La figura de la Virgen niña, y en especial el bellísimo semblante de su rostro, vuelve a ser el elemento en el que se concentra toda la espiritualidad y ternura de la escena, que el de Creta sitúa en un entarimado de madera sobre el que descansa un reclinatorio con un libro, escenario común en cuadros de éste tema, pero que él reduce a la mínima expresión, como queriendo hacer formar parte ya a la Vírgen del mundo celestial. Así, la totalidad del espacio, a excepción de los retazos de sala terrenal referidos, es ocupada por la Gloria y sus celestiales moradores, ángeles de diferentes rangos y uno principal , el arcángel, que cruza sus brazos en señal de adoración a la que ya es madre del Señor, recientísima, pues acaba de concebir en sus entrañas al Niño. Ver como ella acompaña el gesto de aceptación con sus manos, delicadas y finas como viene siendo habitual, ya tanto se trate de masculinas como femeninas.
Se trata pués de una Encarnación de María, pués ésta ya ha consentido. Una Anunciación presentaría un ángel todavía emisario de Dios, en actitud en cierto modo dominante, con un brazo levantado dando a conocer a la Niña lo que Dios le pide, y a ésta con los brazos recogidos, turbada y ligeramente girada, quizá asombrada de haber sido elegida para tamaña empresa, y aún sin consentir. Ejemplo de ésta última la tenemos en la pequeña Anunciación, del Greco, que posee también el Museo del Prado y que ya vimos en ésta misma exposición.
Por último, llama la atención la introducción por el pintor de una zarza con lenguas de fuego que por supuesto habreis reconocido como un símbolo, una referencia a algo relacionado con aquel momento capital del Evangelio que éste quiere hacer resaltar. Es indudable que el Greco, por su origen y sus años de formación artística en Creta, conocería de sobra el elemento de la zarza ardiente que no se consume, la zarza qué, según el Antiguo Testamento, vió Moises en su ascensión al monte Sinaí, y que haría alusión a la permanencia virginal de María en su concepción, embarazo y parto, tal y como define la doctrina cristiana. Numerosas veces se representa en obras de la época y muy anteriores, aunque el cretense solo lo muestra en ésta que estamos viendo. Ver la obra de su coterráneo Michail Damaskinós (Iraklion, Creta, Monasterio de Santa Catalina), donde vemos la zarza en la parte inferior izquierda, y también el tríptico de Nicolas Froment existente en la catedral de Aix-en-Provence, donde son la Virgen con el Niño quienes descansan directamente sobre ésta.
En otras ocasiones son los mismos textos los que con claridad relacionan éste símbolo con la castidad sin más:
“Es la Virginidad el Monte Sinaí de Arabia donde
Moyses vio la zarza que ardía y no se quemava: porque
la naturaleza rodeada de fuego de concupiscencia se
conserva pura con la castidad; y como en aquel monte
habitava Dios, y hablava a su pueblo ofreciéndoles
premios si guardavan sus leyes, así los virgenes son
templos de su divina Magestad”
Pero el hecho de que aparezca en una sola obra del Greco ha inducido a pensar a algunos estudiosos qué, tal vez ha querido éste hacer alusión de forma directa a la mismísima señora que encargó la obra y el altar, doña María de Aragón. En efecto, según lo poco que se ha podido saber de su vida, doña María hizo voto de castidad a edad muy temprana y rechazó muchos pretendientes, aún cuando nunca entró en convento alguno, cosa no muy bién vista en la sociedad de momento, pués definía una situación virtuosa sí, pero independiente y libre, al no depender ni de marido alguno ni de ninguna Orden que la mantuviese controlada. Sea como fuere nuestro pintor pudo muy bién poner la zarza en reconocimiento de las virtudes de su patrona.
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