miércoles, 25 de noviembre de 2015

el greco - bautismo de cristo 1608 - 1614


Y con esta obra ponemos punto final a esta recopilación de obras del Greco que hemos venido presentando como conmemoración del cuarto centenario de su muerte.

Algunos que lean estas notas deberán perdonarme por acabar precisamente con una obra de la que se duda con fundamento sobre la total autoría del cretense. Es casi seguro que quedó en su taller en abril de 1614 inacabada y sería su hijo Jorge Manuel quién la rematara. Cuanto y qué es del maestro y qué le corresponde al hijo es una cuestión en manos de los estudiosos, pero el resultado final, como podeis observar hay que incluirlo con todo merecimiento entre las mejores obras de esta etapa finalísima de la que acabamos de hablar en la anterior entrada sobre la Adoración de los pastores del Prado.

En efecto, ambas obras constituyen a mi parecer dos claros ejemplos de lo que Cossío llama..... "exacerbación de todas las cualidades que, desde antiguo, vienen formando su original carácter.", y
que el mismo define como último estilo. Actualmente la podeis admirar en uno de los altares laterales de la capilla del Hospital Tavera de Toledo, capilla dedicada a San Juan Bautista, y no en el retablo mayor como se había dispuesto, pero ello nos permite una mejor observación. La pintura se dispone en lo esencial como el Bautismo del retablo de María de Aragón del Prado, pero el ambiente y colorido es más oscuro y dramático que en la primera.
El Greco no pudo cumplir, ni mucho menos, con el compromiso adquirido con el administrador del Hospital de llevar a cabo los trabajos para la elaboración del retablo mayor y colaterales de la capilla. Nos queda ésta obra y, creedme, merece la pena la visita al Hospital para admirarla.

elgreco - adoracion de los pastores 1612-1614


 Puede considerarse posiblemente ésta obra como la última salida de la mano del Greco antes de su muerte a los 73 años de edad. El mismo Luis Tristán, uno de sus principales colaboradores, habla de que ...."estuvo trabajando en ella hasta su muerte". Puede ser simultánea de la siguiente y última que presentamos, el bautismo de Cristo, acabada también el año1614. Hasta ahí llegó la evolución del maestro, ambas son una magnífica representación del momento artístico  y emocional en el que se encontraba cuando le empezaron a faltar las fuerzas. Murió "... como buén cristiano y pagó la cera para su alumbramiento...". No hizo testamento pero otorgó poderes a su hijo Jorge Manuel, ocho días antes de su muerte, ya postrado en cama y ante el escribano público de Toledo, para que lo llevara a cabo una vez  hubiera hecho inventario de los bienes de su padre. En la carta de poder correspondiente, el Greco nombró herederos a su hijo y a Doña Jerónima de las Cuevas. Y ya en el testamento se indica que " ....fué metido en un ataúd y depositado en una bóveda de la Iglesia e Monasterio de Santo Domingo el Antiguo de ésta ciudad de Toledo".  
Si se sabe con bastante certeza que llevó a cabo esta obra para que presidiera su propia tumba de Santo Domingo y ahí estuvo hasta 1954, año en el que fué adquirida por el Estado español y ahora se encuentra presidiendo una pequeña sala del Museo del Prado, un sitio de honor, separada de las grandes obras del retablo del Colegio de María de Aragón, a mi parecer de forma muy acertada por su carácter postrero y como compendio de la más exaltada y expresiva altura artística que alcanzó el cretense en sus últimos años. 

Como tantas veces hemos hecho a lo largo de ésta exposición, volvemos a establecer comparaciones entre dos momentos de la obra del Greco, el año 1600 y su Adoración de los pastores de Bucarest y ésta en la que estamos de 14 años después. Si en el comentario de la primera hablamos del progresivo afianzamiento de una original y precisa forma de representar la espiritualidad a través de una serie de características muy claras, ahora volveríamos a hacer hincapié en las mismas y todo parecería igual. Pero no es así; aún cuando el tono general de ambas obras puede parecer muy similar; ampliarlas por favor y fijaos especialmente en un detalle importantísimo: la verosimilitud de las posturas corporales en una y en otra. Empecemos por los angelitos, que en el de Bucarest, aún representados en difíciles escorzos, mantienen posturas posibles para cuerpos reales; sin embargo en éste del Prado los pequeños están retorcidos, obligados a posturas inverosímiles. Además sus pies están deformados, ó mejor, malformados, rotos, olvidada cualquier correción anatómica. Ahora esto lo extendemos a sus rostros, sus cabezas, sus muslos.... y después volvemos a verlo en los rostros de los ángeles mayores, en su cabello y en la propia expresión.

Aún no siendo tan ostensible en las figuras principales que rodean al Niño, vuelve sin embargo a hacer caso omiso de la realidad en casi todas las masas musculares que las vaporosas vestiduras dejan visibles: qué deformidades y qué desproporciones, tan descaradas como voluntarias, pero que, apoyadas por la luz irreal que se irradia desde el recién nacido, transforman cada uno de los personajes evangélicos en verdaderos seres espirituales flotando totalmente envueltos ya en la Gloria eterna. En el de Bucarest sin embargo todavía queda una intención de formalidad en las posturas, de serenidad y reposo, de vida terrena, y, por otro lado, mantiene aún la luz superior celeste, que incluso se cuela por algunas aberturas del techo, contrariamente a la luz única del Niño Jesús que se desparrama por todo el cuadro en el del Prado, donde además casi ha desaparecido cualquier referencia arquitectónica que pueda definir el aposento.

Solo hay un punto en el que el Greco se contiene y expresa con total perfección y ternura la realidad: las manos de la Virgen María. Como en la Natividad de Illescas y en tantas obras más, vuelve a deleitarnos con éstos detalles llenos de emotividad.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

el greco - inmaculada concepcion 1608-1613


Y ya, con las siguientes tres entradas de este homenaje a la figura del Greco, ponemos punto final. Tres obras de las más significativas e importantes de los últimos años de su vida.
Esta primera, la famosísima Inmaculada de Oballe, como es más conocida, y que podeis admirar en todo su esplendor en el Museo de Santa Cruz de Toledo, debería decorar una de las capillas de la iglesia de San Vicente Mártir de Toledo. Ahora, como decimos, se encuentra en éste museo, y, para mí, es una de las dos visitas obligadas de la ciudad del Tajo. La otra, el Entierro del Señor de Orgaz en la iglesia de Santo Tomé. En ambos casos se trata de todo un espectáculo, dos visiones sobrenaturales escondidas que se descubren, la segunda de pronto, mientras la primera, en la pared más alejada de la entrada al Museo, permite un acercamiento progresivo hasta su total y cercana contemplación. Merece la pena un viaje a Toledo sólo para admirar estas dos obras universales, pero contad con tiempo, ambas te absorben y te mantienen embelesado por su totalidad y por sus múltiples y bellísimos detalles; cuesta abandonarlas así como así. Probarlo.

Hoy día la antigua iglesia de San Vicente es sede del Círculo de Arte de Toledo y se reconoce por su bellísimo ábside mudéjar al que llaman "cubillo de San Vicente". Para una de sus capillas le fué encargada al Greco ésta, otras dos obras más y posiblemente una cuarta. Las dos obras, que se pueden contemplar en el Monasterio del Escorial, son San Pedro y San Pablo y la cuarta sería, según la mayoría de los estudiosos, una Visitación de Santa Isabel a María que se encuentra en el centro cultural Dumbarton Oaks de Washington. También llevaría a cabo el diseño y construcción del altar ó retablo correspondiente.

Doña Isabel de Oballe, dama toledana de familia acomodada, parece ser que emigró a América, según dicen cansada de los malos tratos a los que era sometida por su propia familia, y allí casó dos veces.Vuelta a  España, encargó a su costa los trabajos de decoración de la capilla de San Vicente, que estaría consagrada a la Asunción de Nuestra Señora la Virgen. Inicialmente éstos le fueron confiados a otro pintor, el genovés Alejandro Semino, quién había decidido llevar a cabo las pinturas al fresco, pero su muerte prematura lo impidió, y fué el Greco el pintor llamado para sustituirle. Este cambió el proyecto inicial, hasta acabar ejecutando las obras que antes hemos mencionado. La Visitación de Isabel a María bién pudo ser en recuerdo de la mecenas toledana de su mismo nombre. Hasta el año 1961 el cuadro central de la Inmaculada, ó Asunción, permaneció en el retablo original del cretense diseñado para éste fín y ese mismo año es llevado al Museo toledano donde ahora se encuentra. Afortunadamente, ya en 2003 su estado aconseja una pronta restauración y ésta se lleva a cabo inmediatamente en el Museo madrileño del Prado, restauración impecable y féliz que descubre una obra luminosa y rica en colorido tal y como hoy la podemos contemplar. Si el Greco comenzó la obra el año de su contrato, 1608, tardó en terminarla cinco años, en 1613, esto és, sólo unos meses antes de su muerte.

Ahora comparémosla con la otra Asunción, la de Santo Domingo el Antiguo, ejecutada 36 años antes, cuando acababa de llegar a Toledo proveniente de Italia. !El cambio es radical!.

-Pare.¿ Qué me viene usted a decir?, 36 años cambian a cualquier hijo de vecino, son muchos años, ¿no le parece?.

Puede que tenga razón, es mucho tiempo en la vida de un hombre, más en éste pintor, extranjero, lejos de sus orígenes, viviendo dentro de un ambiente, al menos al principio, duro, cosmopolita, impositivo en muchas de sus facetas y, sobre todo, como todo lo español, exaltado. Además, por encima de su maravillosa asimilación de las maneras italianas, fué emergiendo de nuevo, cada vez más intensamente, la herencia bizantina, qué independiza y desubica los caractéres, rompe con la geometría y la perspectiva, vaporiza el color y sublima la luz, inundando las escenas de irrealidad y misterio. El resultado, escalón tras escalón, es la apoteosis final de la representación de lo sobrenatural, de la más pura espiritualidad; son los versos más elevados de Fray Luis de León ó la prosa de Santa Teresa de Avila llevados al lienzo. No ha existido pintor alguno cápaz de mostrarnos de tal manera la dimensión divina del hombre y su relación con el más allá.

Sobre la importancia en la Iglesia católica del dogma de la Inmaculada Concepción ya hablamos en la entrada de este blog dedicada a la obra Inmaculada Concepción con San Juan Evangelista.

Ahora observemos nuestra Inmaculada ó Asunción, lo que mejor os parezca. Seis figuras totalmente independientes y entregadas, cada cual podría constituir una obra de arte por sí sola sin necesidad del resto, acompañan en su ascensión a María, extasiada ya ante la visión de la Gloria cercana y llevada en volandas por el propio ambiente sobrenatural donde los ángeles se desplazan con total soltura y familiaridad. Fijaos en la postura del más inferior que da profundidad a toda la escena, con esas alas negras, espléndidas, la una de perfil y la otra abierta y rotunda, la forma en que enlaza todo el movimiento ascente vertical a través del color amarillo de de las vestiduras uniéndose finalmente al azul luminoso de la Señora que remata con su mirada extasiada hacia lo alto. En la parte inferior el cretense ha introducido !dos lunas!, ó una luna y....¿un planeta? y, como no, el paisaje toledano. Todo perfecto, sublime, hermoso y arrebatador. Para mí, su obra maestra. Leyendo a Cossío aventuro que posiblemente para él también:

   "..considero a este lienzo como el prototipo que el Greco hubiera deseado lograr siempre en su último tiempo, y como el ejemplar que más estrecho enlace guarda con las tendencias y aspiraciones del posimpresionismo en el arte moderno. La fuerza, la vida,  la originalidad, el realismo, la fantasía con medida  y con exceso, abundan en otros cuadros del Greco, pero ninguno ofrece tan de manifiesto como esta flameante Asunción las inquietudes, tal vez las angustias, que el problema del color debía causarle, y no conozco tampoco otro suyo, ni, antes de él, ajeno, donde tan resuelta y conscientemente se haya pretendido mostrar el influjo de una tinta sobre las circundantes. "

y en su página final, rematando su libro:

..." la Asunción de San Vicente es el producto más escogido de la originaria exaltación el artista, exacerbada al final de su vida; el ensayo más perfecto de las obsesiones de luz y de color que le acosaban; su última profesión de fé pictorica."

jueves, 5 de noviembre de 2015

el greco - vista de toledo 1607


 De estos años es ésta vista de la ciudad de Toledo que poco tiene que ver con la otra, también muy conocida, vista y plano de la ciudad de Toledo, una vista panorámica a modo de plano, que se conserva en los actuales locales que hoy día se visitan en la imperial ciudad bajo el excesivo sobrenombre de Casa del Greco. Su verdadera vivienda quedaba muy próxima a los mismos pero desgraciadamente fué destruida por un incendio y se aprovecharon los cimientos y parte del palacio del marqués de la Vega-Inclán, una vez restaurado y acondicionado, para convertirlo en casa-museo.
Contrarimente a la escasez de datos que se tienen de otras facetas de su vida, se han encontrado algunos documentos que vienen a dar luz sobre la ubicación de su vivienda ó vivienda-taller al menos desde el año 1585, año en el qué, según consta, el Greco alquila habitaciones importantes del existente palacio del marqués de Villena. Para ésta fecha ya había entregado hacía tiempo lo de Stº Domingo el Antiguo y el Expolio y, por lo tanto, bién pudo pagar su nada modesto precio. Quince años después, en 1600, el pintor al parecer se trasladó a  una casa propiedad del señor de las villas de Gálvez y Jumela, pero cuatro años más tarde vuelve a la de Villena, ésta vez ocupando hasta 24 aposentos de los mejores, y ahí permanece ya hasta su muerte

De todo ello se deduce, pués, que el de Creta, al menos en apariencia, estuvo bién instalado en Toledo, aún cuando, si nos atenemos a los inventarios de sus bienes hechos a su muerte por su propio hijo Jorge Manuel, no encontramos de ningún modo nada que indique riqueza de mobiliario, enseres ó ajuar, sino más bién cierta sencillez y austeridad. Por ejemplo, en dicho inventario se habla de solo un total de ocho sillas para los venticuatro aposentos ó de una parquedad en sus propias ropas un tanto inadecuada para su categoría como artista solicitado y ocupado. Bién es cierto que no vive del mismo modo un hombre jóven que uno ya mayor, y esta escasez de sus últimos años podría ser muy normal. En efecto, el Greco debió ganar mucho dinero, y, aún cuando no hubiese contado con sus grandes encargos del último período, sus series de cuadros religiosos, algunas extensísimas, le hubieran bastado para llevar una vida bastante desahogada. Posiblemente lo que ganaba lo gastaba y, muy posiblemente también, debió rodearse de cierta exquisitez y buén gusto en su vida diaria y en sus relaciones. No en vano era un hombre muy cultivado, como lo demuestra su extensísima, completa y actualizada biblioteca, y qué durante algunos años de su juventud había disfrutado del trato y la riqueza de toda una corte como lo era la de los Farnesio. ¿A qué se refiere el pintor Francisco Pacheco cuando, tras su visita a su taller toledano el año 1611, concluye ? :

".... era extraordinario en todo, y tan extravagante en sus pinturas como en sus costumbres....."

Sobre la composición de su biblioteca, os aconsejo leais al final del Capítulo I, la descripción deliciosa que hace Manuel B. Cossío en su obra sobre el pintor, así como pormenores sobre lo dicho de su inventario.

El Greco, perdida toda esperanza de prosperar en la Corte de España, se quedó definitivamente en Toledo y trató de acomodarse lo mejor posible, olvidándose para siempre de Madrid ó del Escorial. Allí conoció a Jerónima de las Cuevas, madre de su hijo Jorge Manuel, aún cuando no sabemos con certeza si conviviría con ella durante todos esos años hasta su muerte ó no. Lo único cierto es que la tiene en cuenta en su testamento al lado de Jorge Manuel:

".....mi testamento como conviene al servicio de Dios nuestro señor e salvación de mi alma e descargo de mi conciencia e le tengo tratado....con Jorge Manuel Teotocopuli mi hijo y de doña Jerónima de las Cuevas, que es persona de confianza y de buena conciencia....."

El Greco pués hizo de Toledo su casa pero no nos atreveríamos a decir que su patria, y, sin embargo, su influjo y el de toda esa nación que se llamaba España, fueron definitivos en su obra como habreis ido poco a poco observando a lo largo de esta exposición. A estas alturas de su vida, el alma castellana, austera  y realista, había impegnado toda su excelente forma de hacer italiana y ello, unido a un excerbamiento de las maneras y a un dramatismo rayano en lo estravagante, convertían al pintor en un producto único, moderno y, posiblemente, irrepetible. En medio de ésta vorágine de sus años finales, lleva a cabo su único paisaje conocido, paisaje precisamente de su Toledo.

La única de sus obras anteriores en las que se deleita de veras en un paisaje, el paisaje del monte Albernia, ó Alvernia, monte cercano a la ciudad italiana de Asís, donde, según la tradicción, San Francisco recibió los estigmas de Cristo en sus propias manos, es precisamente la que representa este mismo hecho, realizada hacia 1567, y que se encuentra en la Pinacoteca de Capodimonte, aún cuando existe otra versión en la colección Zuloaga de Ginebra. También se cuenta como del Greco una pequeña obra, paisaje en las cercanías de Toledo, qué pertenece a la colección Hirsch de Nueva York. Fuera de eso y de algunos esbozados en sus más tempranas obras, no hay nada más. 
Así pues, ésta que estamos viendo puede ser considerada como excepcional. ¿Se trataría de un encargo ó fué un mero capricho?. El que fuera de Toledo el paisaje representado no es de extrañar, muchas veces en muchas obras había tomado pequeños detalles de la ciudad del Tajo para incorporarlos a los fondos ó los piés de las mismas . Pero el ampliar la escena hasta acaparar todo el lienzo es otra cosa, es algo nuevo, una verdadera innovación. Por otro lado está totalmente dentro del estilo de cualquiera de sus obras más temperamentales de estos años, convirtiendo la vista en una ciudad dormida, gris y plomiza, una ciudad mística  a punto de romper desde los cálidos tonos verdes de este mundo y ascender a los reinos espirituales superiores. El resultado no puede ser más frío y sobrecogedor, la luz espectral que se desprende de los nubarrones, invade todo el panorama y lo congela. En este aspecto, ésto que aquí ocurre, ocurre en muchas de las obras del pintor de éstos años postreros: la búsqueda de nuevos y sensacionales efectos lumínicos que reviertan en la emoción y fuerza espiritual de la escena. Que sea Toledo ó cualquier otra ciudad, es lo mismo, el Greco lo habría hecho igual, siempre obsesionado por los problemas de la luz. Por ello, permitidme que no haga ninguna descripción de la toponimia del lugar ni del punto de vista  ó los monumentos y edificios que aparecen, ya que es superfluo y meramente anecdótico:  lo importante es su luz. Actualmente pertenece al Museo Metropolitano de Nueva York, y Cossío en su obra sobre el pintor afirma haberlo descubierto, e incluso fotografiado, en el palacio  madrileño de Oñate, antes de pasar a la famosa pinacoteca.