Y con esta obra ponemos punto final a esta recopilación de obras del
Greco que hemos venido presentando como conmemoración del cuarto
centenario de su muerte.
Algunos que lean estas notas
deberán perdonarme por acabar precisamente con una obra de la que se
duda con fundamento sobre la total autoría del cretense. Es casi seguro
que quedó en su taller en abril de 1614 inacabada y sería su hijo Jorge
Manuel quién la rematara. Cuanto y qué es del maestro y qué le
corresponde al hijo es una cuestión en manos de los estudiosos, pero el
resultado final, como podeis observar hay que incluirlo con todo
merecimiento entre las mejores obras de esta etapa finalísima de la que
acabamos de hablar en la anterior entrada sobre la Adoración de los
pastores del Prado.
En efecto, ambas obras constituyen a mi parecer dos claros ejemplos de lo que Cossío llama..... "exacerbación de todas las cualidades que, desde antiguo, vienen formando su original carácter.", y
que el mismo define como último estilo.
Actualmente la podeis admirar en uno de los altares laterales de la
capilla del Hospital Tavera de Toledo, capilla dedicada a San Juan
Bautista, y no en el retablo mayor como se había dispuesto, pero ello
nos permite una mejor observación. La pintura se dispone en lo esencial
como el Bautismo del retablo de María de Aragón del Prado, pero el ambiente y colorido es más oscuro y dramático que en la primera.
El
Greco no pudo cumplir, ni mucho menos, con el compromiso adquirido con
el administrador del Hospital de llevar a cabo los trabajos para la
elaboración del retablo mayor y colaterales de la capilla. Nos queda
ésta obra y, creedme, merece la pena la visita al Hospital para
admirarla.
Puede considerarse posiblemente ésta obra como la
última salida de la mano del Greco antes de su muerte a los 73 años de
edad. El mismo Luis Tristán, uno de sus principales colaboradores, habla
de que ...."estuvo trabajando en ella hasta su muerte". Puede ser simultánea de la siguiente y última que presentamos, el bautismo de Cristo,
acabada también el año1614. Hasta ahí llegó la evolución del maestro,
ambas son una magnífica representación del momento artístico y
emocional en el que se encontraba cuando le empezaron a faltar las
fuerzas. Murió "... como buén cristiano y pagó la cera para su alumbramiento...".
No hizo testamento pero otorgó poderes a su hijo Jorge Manuel, ocho
días antes de su muerte, ya postrado en cama y ante el escribano público
de Toledo, para que lo llevara a cabo una vez hubiera hecho inventario
de los bienes de su padre. En la carta de poder correspondiente, el
Greco nombró herederos a su hijo y a Doña Jerónima de las Cuevas. Y ya
en el testamento se indica que " ....fué metido en un ataúd y
depositado en una bóveda de la Iglesia e Monasterio de Santo Domingo el
Antiguo de ésta ciudad de Toledo".
Si
se sabe con bastante certeza que llevó a cabo esta obra para que
presidiera su propia tumba de Santo Domingo y ahí estuvo hasta 1954, año
en el que fué adquirida por el Estado español y ahora se encuentra
presidiendo una pequeña sala del Museo del Prado, un sitio de honor,
separada de las grandes obras del retablo del Colegio de María de
Aragón, a mi parecer de forma muy acertada por su carácter postrero y
como compendio de la más exaltada y expresiva altura artística que
alcanzó el cretense en sus últimos años.
Como
tantas veces hemos hecho a lo largo de ésta exposición, volvemos a
establecer comparaciones entre dos momentos de la obra del Greco, el año
1600 y su Adoración de los pastores de Bucarest
y ésta en la que estamos de 14 años después. Si en el comentario de la
primera hablamos del progresivo afianzamiento de una original y precisa
forma de representar la espiritualidad a través de una serie de
características muy claras, ahora volveríamos a hacer hincapié en las
mismas y todo parecería igual. Pero no es así; aún cuando el tono
general de ambas obras puede parecer muy similar; ampliarlas por favor y
fijaos especialmente en un detalle importantísimo: la verosimilitud
de las posturas corporales en una y en otra. Empecemos por los
angelitos, que en el de Bucarest, aún representados en difíciles
escorzos, mantienen posturas posibles para cuerpos reales; sin embargo
en éste del Prado los pequeños están retorcidos, obligados a posturas
inverosímiles. Además sus pies están deformados, ó mejor, malformados,
rotos, olvidada cualquier correción anatómica. Ahora esto lo extendemos a
sus rostros, sus cabezas, sus muslos.... y después volvemos a verlo en
los rostros de los ángeles mayores, en su cabello y en la propia
expresión.
Aún
no siendo tan ostensible en las figuras principales que rodean al Niño,
vuelve sin embargo a hacer caso omiso de la realidad en casi todas las
masas musculares que las vaporosas vestiduras dejan visibles: qué
deformidades y qué desproporciones, tan descaradas como voluntarias,
pero que, apoyadas por la luz irreal que se irradia desde el recién
nacido, transforman cada uno de los personajes evangélicos en verdaderos
seres espirituales flotando totalmente envueltos ya en la Gloria
eterna. En el de Bucarest sin embargo todavía queda una intención de
formalidad en las posturas, de serenidad y reposo, de vida terrena, y,
por otro lado, mantiene aún la luz superior celeste, que incluso se
cuela por algunas aberturas del techo, contrariamente a la luz única del
Niño Jesús que se desparrama por todo el cuadro en el del Prado, donde
además casi ha desaparecido cualquier referencia arquitectónica que
pueda definir el aposento.
Solo
hay un punto en el que el Greco se contiene y expresa con total
perfección y ternura la realidad: las manos de la Virgen María. Como en
la Natividad de Illescas y en tantas obras más, vuelve a deleitarnos con éstos detalles llenos de emotividad.
Y ya, con las siguientes tres entradas de este homenaje a la figura
del Greco, ponemos punto final. Tres obras de las más significativas e
importantes de los últimos años de su vida.
Esta primera, la
famosísima Inmaculada de Oballe, como es más conocida, y que podeis
admirar en todo su esplendor en el Museo de Santa Cruz de Toledo,
debería decorar una de las capillas de la iglesia de San Vicente Mártir
de Toledo. Ahora, como decimos, se encuentra en éste museo, y, para mí,
es una de las dos visitas obligadas de la ciudad del Tajo. La otra, el Entierro del Señor de Orgaz
en la iglesia de Santo Tomé. En ambos casos se trata de todo un
espectáculo, dos visiones sobrenaturales escondidas que se descubren, la
segunda de pronto, mientras la primera, en la pared más alejada de la
entrada al Museo, permite un acercamiento progresivo hasta su total y
cercana contemplación. Merece la pena un viaje a Toledo sólo para
admirar estas dos obras universales, pero contad con tiempo, ambas te
absorben y te mantienen embelesado por su totalidad y por sus múltiples y
bellísimos detalles; cuesta abandonarlas así como así. Probarlo.
Hoy
día la antigua iglesia de San Vicente es sede del Círculo de Arte de
Toledo y se reconoce por su bellísimo ábside mudéjar al que llaman "cubillo de San Vicente".
Para una de sus capillas le fué encargada al Greco ésta, otras dos
obras más y posiblemente una cuarta. Las dos obras, que se pueden
contemplar en el Monasterio del Escorial, son San Pedro y San Pablo y la cuarta sería, según la mayoría de los estudiosos, una Visitación de Santa Isabel a María
que se encuentra en el centro cultural Dumbarton Oaks de Washington.
También llevaría a cabo el diseño y construcción del altar ó retablo
correspondiente.
Doña Isabel de Oballe, dama toledana
de familia acomodada, parece ser que emigró a América, según dicen
cansada de los malos tratos a los que era sometida por su propia
familia, y allí casó dos veces.Vuelta a España, encargó a su costa los
trabajos de decoración de la capilla de San Vicente, que estaría
consagrada a la Asunción de Nuestra Señora la Virgen. Inicialmente éstos
le fueron confiados a otro pintor, el genovés Alejandro Semino, quién
había decidido llevar a cabo las pinturas al fresco, pero su muerte
prematura lo impidió, y fué el Greco el pintor llamado para sustituirle.
Este cambió el proyecto inicial, hasta acabar ejecutando las obras que
antes hemos mencionado. La Visitación de Isabel a María bién pudo ser en
recuerdo de la mecenas toledana de su mismo nombre. Hasta el año 1961
el cuadro central de la Inmaculada, ó Asunción, permaneció en el retablo
original del cretense diseñado para éste fín y ese mismo año es llevado
al Museo toledano donde ahora se encuentra. Afortunadamente, ya en 2003
su estado aconseja una pronta restauración y ésta se lleva a cabo
inmediatamente en el Museo madrileño del Prado, restauración impecable y
féliz que descubre una obra luminosa y rica en colorido tal y como hoy
la podemos contemplar. Si el Greco comenzó la obra el año de su
contrato, 1608, tardó en terminarla cinco años, en 1613, esto és, sólo
unos meses antes de su muerte.
Ahora comparémosla con la otra Asunción, la de Santo Domingo el Antiguo, ejecutada 36 años antes, cuando acababa de llegar a Toledo proveniente de Italia. !El cambio es radical!.
-Pare.¿ Qué me viene usted a decir?, 36 años cambian a cualquier hijo de vecino, son muchos años, ¿no le parece?.
Puede
que tenga razón, es mucho tiempo en la vida de un hombre, más en éste
pintor, extranjero, lejos de sus orígenes, viviendo dentro de un
ambiente, al menos al principio, duro, cosmopolita, impositivo en muchas
de sus facetas y, sobre todo, como todo lo español, exaltado. Además, por encima de su maravillosa asimilación de las maneras
italianas, fué emergiendo de nuevo, cada vez más intensamente, la
herencia bizantina, qué independiza y desubica los caractéres, rompe con
la geometría y la perspectiva, vaporiza el color y sublima la luz,
inundando las escenas de irrealidad y misterio. El resultado, escalón
tras escalón, es la apoteosis final de la representación de lo
sobrenatural, de la más pura espiritualidad; son los versos más elevados
de Fray Luis de León ó la prosa de Santa Teresa de Avila llevados al
lienzo. No ha existido pintor alguno cápaz de mostrarnos de tal manera
la dimensión divina del hombre y su relación con el más allá.
Sobre
la importancia en la Iglesia católica del dogma de la Inmaculada
Concepción ya hablamos en la entrada de este blog dedicada a la obra Inmaculada Concepción con San Juan Evangelista.
Ahora
observemos nuestra Inmaculada ó Asunción, lo que mejor os parezca.
Seis figuras totalmente independientes y entregadas, cada cual podría
constituir una obra de arte por sí sola sin necesidad del resto,
acompañan en su ascensión a María, extasiada ya ante la visión de la
Gloria cercana y llevada en volandas por el propio ambiente sobrenatural
donde los ángeles se desplazan con total soltura y familiaridad. Fijaos
en la postura del más inferior que da profundidad a toda la escena, con
esas alas negras, espléndidas, la una de perfil y la otra abierta y
rotunda, la forma en que enlaza todo el movimiento ascente vertical a
través del color amarillo de de las vestiduras uniéndose finalmente al
azul luminoso de la Señora que remata con su mirada extasiada hacia lo
alto. En la parte inferior el cretense ha introducido !dos lunas!, ó una
luna y....¿un planeta? y, como no, el paisaje toledano. Todo perfecto,
sublime, hermoso y arrebatador. Para mí, su obra maestra. Leyendo a Cossío aventuro que posiblemente para él también:
"..considero a este lienzo como el prototipo que el Greco hubiera
deseado lograr siempre en su último tiempo, y como el ejemplar que más
estrecho enlace guarda con las tendencias y aspiraciones del
posimpresionismo en el arte moderno. La fuerza, la vida, la
originalidad, el realismo, la fantasía con medida y con exceso, abundan
en otros cuadros del Greco, pero ninguno ofrece tan de manifiesto como
esta flameante Asunción las inquietudes, tal vez las angustias, que el
problema del color debía causarle, y no conozco tampoco otro suyo, ni,
antes de él, ajeno, donde tan resuelta y conscientemente se haya
pretendido mostrar el influjo de una tinta sobre las circundantes. "
y en su página final, rematando su libro:
..."
la Asunción de San Vicente es el producto más escogido de la originaria
exaltación el artista, exacerbada al final de su vida; el ensayo más
perfecto de las obsesiones de luz y de color que le acosaban; su última
profesión de fé pictorica."
De estos años es ésta vista de la ciudad de Toledo que poco tiene que ver con la otra, también muy conocida, vista y plano de la ciudad de Toledo,
una vista panorámica a modo de plano, que se conserva en los actuales
locales que hoy día se visitan en la imperial ciudad bajo el excesivo
sobrenombre de Casa del Greco. Su verdadera vivienda quedaba muy próxima
a los mismos pero desgraciadamente fué destruida por un incendio y se
aprovecharon los cimientos y parte del palacio del marqués de la
Vega-Inclán, una vez restaurado y acondicionado, para convertirlo en
casa-museo.
Contrarimente a la escasez de datos que se tienen de
otras facetas de su vida, se han encontrado algunos documentos que
vienen a dar luz sobre la ubicación de su vivienda ó vivienda-taller al
menos desde el año 1585, año en el qué, según consta, el Greco alquila
habitaciones importantes del existente palacio del marqués de Villena.
Para ésta fecha ya había entregado hacía tiempo lo de Stº Domingo el Antiguo y el Expolio
y, por lo tanto, bién pudo pagar su nada modesto precio. Quince años
después, en 1600, el pintor al parecer se trasladó a una casa propiedad
del señor de las villas de Gálvez y Jumela, pero cuatro años más tarde
vuelve a la de Villena, ésta vez ocupando hasta 24 aposentos de los
mejores, y ahí permanece ya hasta su muerte
De todo
ello se deduce, pués, que el de Creta, al menos en apariencia, estuvo
bién instalado en Toledo, aún cuando, si nos atenemos a los inventarios
de sus bienes hechos a su muerte por su propio hijo Jorge Manuel, no
encontramos de ningún modo nada que indique riqueza de mobiliario,
enseres ó ajuar, sino más bién cierta sencillez y austeridad. Por
ejemplo, en dicho inventario se habla de solo un total de ocho sillas
para los venticuatro aposentos ó de una parquedad en sus propias ropas
un tanto inadecuada para su categoría como artista solicitado y ocupado.
Bién es cierto que no vive del mismo modo un hombre jóven que uno ya
mayor, y esta escasez de sus últimos años podría ser muy normal. En
efecto, el Greco debió ganar mucho dinero, y, aún cuando no hubiese
contado con sus grandes encargos del último período, sus series de
cuadros religiosos, algunas extensísimas, le hubieran bastado para
llevar una vida bastante desahogada. Posiblemente lo que ganaba lo
gastaba y, muy posiblemente también, debió rodearse de cierta exquisitez
y buén gusto en su vida diaria y en sus relaciones. No en vano era un
hombre muy cultivado, como lo demuestra su extensísima, completa y
actualizada biblioteca, y qué durante algunos años de su juventud había
disfrutado del trato y la riqueza de toda una corte como lo era la de
los Farnesio. ¿A qué se refiere el pintor Francisco Pacheco cuando, tras
su visita a su taller toledano el año 1611, concluye ? :
".... era extraordinario en todo, y tan extravagante en sus pinturas como en sus costumbres....."
Sobre la composición de su biblioteca, os aconsejo leais al final del Capítulo I, la descripción deliciosa que hace Manuel B. Cossío en su obra sobre el pintor, así como pormenores sobre lo dicho de su inventario.
El
Greco, perdida toda esperanza de prosperar en la Corte de España, se
quedó definitivamente en Toledo y trató de acomodarse lo mejor posible,
olvidándose para siempre de Madrid ó del Escorial. Allí conoció a
Jerónima de las Cuevas, madre de su hijo Jorge Manuel, aún cuando no
sabemos con certeza si conviviría con ella durante todos esos años hasta
su muerte ó no. Lo único cierto es que la tiene en cuenta en su
testamento al lado de Jorge Manuel:
".....mi
testamento como conviene al servicio de Dios nuestro señor e salvación
de mi alma e descargo de mi conciencia e le tengo tratado....con Jorge
Manuel Teotocopuli mi hijo y de doña Jerónima de las Cuevas, que es
persona de confianza y de buena conciencia....."
El
Greco pués hizo de Toledo su casa pero no nos atreveríamos a decir que
su patria, y, sin embargo, su influjo y el de toda esa nación que se
llamaba España, fueron definitivos en su obra como habreis ido poco a
poco observando a lo largo de esta exposición. A estas alturas de su
vida, el alma castellana, austera y realista, había impegnado toda su
excelente forma de hacer italiana y ello, unido a un excerbamiento de
las maneras y a un dramatismo rayano en lo estravagante, convertían al
pintor en un producto único, moderno y, posiblemente, irrepetible. En
medio de ésta vorágine de sus años finales, lleva a cabo su único
paisaje conocido, paisaje precisamente de su Toledo.
La
única de sus obras anteriores en las que se deleita de veras en un
paisaje, el paisaje del monte Albernia, ó Alvernia, monte cercano a la
ciudad italiana de Asís, donde, según la tradicción, San Francisco recibió los estigmas de Cristo
en sus propias manos, es precisamente la que representa este mismo
hecho, realizada hacia 1567, y que se encuentra en la Pinacoteca de
Capodimonte, aún cuando existe otra versión en la colección Zuloaga de
Ginebra. También se cuenta como del Greco una pequeña obra, paisaje en las cercanías de Toledo,
qué pertenece a la colección Hirsch de Nueva York. Fuera de eso y de
algunos esbozados en sus más tempranas obras, no hay nada más.
Así
pues, ésta que estamos viendo puede ser considerada como
excepcional. ¿Se trataría de un encargo ó fué un mero capricho?. El que
fuera de Toledo el paisaje representado no es de extrañar, muchas veces
en muchas obras había tomado pequeños detalles de la ciudad del Tajo
para incorporarlos a los fondos ó los piés de las mismas . Pero el ampliar
la escena hasta acaparar todo el lienzo es otra cosa, es algo nuevo,
una verdadera innovación. Por otro lado está totalmente dentro del
estilo de cualquiera de sus obras más temperamentales de estos años, convirtiendo la vista en una ciudad dormida, gris y plomiza, una ciudad
mística a punto de romper desde los cálidos tonos verdes de este mundo
y ascender a los reinos espirituales superiores. El resultado no puede
ser más frío y sobrecogedor, la luz espectral que se desprende de los
nubarrones, invade todo el panorama y lo congela. En este aspecto, ésto
que aquí ocurre, ocurre en muchas de las obras del pintor de éstos años
postreros: la búsqueda de nuevos y sensacionales efectos lumínicos que
reviertan en la emoción y fuerza espiritual de la escena. Que sea Toledo
ó cualquier otra ciudad, es lo mismo, el Greco lo habría hecho igual,
siempre obsesionado por los problemas de la luz. Por ello, permitidme
que no haga ninguna descripción de la toponimia del lugar ni del punto
de vista ó los monumentos y edificios que aparecen, ya que es superfluo
y meramente anecdótico: lo importante es su luz. Actualmente pertenece al Museo Metropolitano de Nueva York, y Cossío en su obra sobre el pintor afirma haberlo descubierto, e incluso fotografiado, en el palacio madrileño de Oñate, antes de pasar a la famosa pinacoteca.