Y ya, con las siguientes tres entradas de este homenaje a la figura del Greco, ponemos punto final. Tres obras de las más significativas e importantes de los últimos años de su vida.
Esta primera, la famosísima Inmaculada de Oballe, como es más conocida, y que podeis admirar en todo su esplendor en el Museo de Santa Cruz de Toledo, debería decorar una de las capillas de la iglesia de San Vicente Mártir de Toledo. Ahora, como decimos, se encuentra en éste museo, y, para mí, es una de las dos visitas obligadas de la ciudad del Tajo. La otra, el Entierro del Señor de Orgaz en la iglesia de Santo Tomé. En ambos casos se trata de todo un espectáculo, dos visiones sobrenaturales escondidas que se descubren, la segunda de pronto, mientras la primera, en la pared más alejada de la entrada al Museo, permite un acercamiento progresivo hasta su total y cercana contemplación. Merece la pena un viaje a Toledo sólo para admirar estas dos obras universales, pero contad con tiempo, ambas te absorben y te mantienen embelesado por su totalidad y por sus múltiples y bellísimos detalles; cuesta abandonarlas así como así. Probarlo.
Hoy día la antigua iglesia de San Vicente es sede del Círculo de Arte de Toledo y se reconoce por su bellísimo ábside mudéjar al que llaman "cubillo de San Vicente". Para una de sus capillas le fué encargada al Greco ésta, otras dos obras más y posiblemente una cuarta. Las dos obras, que se pueden contemplar en el Monasterio del Escorial, son San Pedro y San Pablo y la cuarta sería, según la mayoría de los estudiosos, una Visitación de Santa Isabel a María que se encuentra en el centro cultural Dumbarton Oaks de Washington. También llevaría a cabo el diseño y construcción del altar ó retablo correspondiente.
Doña Isabel de Oballe, dama toledana de familia acomodada, parece ser que emigró a América, según dicen cansada de los malos tratos a los que era sometida por su propia familia, y allí casó dos veces.Vuelta a España, encargó a su costa los trabajos de decoración de la capilla de San Vicente, que estaría consagrada a la Asunción de Nuestra Señora la Virgen. Inicialmente éstos le fueron confiados a otro pintor, el genovés Alejandro Semino, quién había decidido llevar a cabo las pinturas al fresco, pero su muerte prematura lo impidió, y fué el Greco el pintor llamado para sustituirle. Este cambió el proyecto inicial, hasta acabar ejecutando las obras que antes hemos mencionado. La Visitación de Isabel a María bién pudo ser en recuerdo de la mecenas toledana de su mismo nombre. Hasta el año 1961 el cuadro central de la Inmaculada, ó Asunción, permaneció en el retablo original del cretense diseñado para éste fín y ese mismo año es llevado al Museo toledano donde ahora se encuentra. Afortunadamente, ya en 2003 su estado aconseja una pronta restauración y ésta se lleva a cabo inmediatamente en el Museo madrileño del Prado, restauración impecable y féliz que descubre una obra luminosa y rica en colorido tal y como hoy la podemos contemplar. Si el Greco comenzó la obra el año de su contrato, 1608, tardó en terminarla cinco años, en 1613, esto és, sólo unos meses antes de su muerte.
Ahora comparémosla con la otra Asunción, la de Santo Domingo el Antiguo, ejecutada 36 años antes, cuando acababa de llegar a Toledo proveniente de Italia. !El cambio es radical!.
-Pare.¿ Qué me viene usted a decir?, 36 años cambian a cualquier hijo de vecino, son muchos años, ¿no le parece?.
Puede que tenga razón, es mucho tiempo en la vida de un hombre, más en éste pintor, extranjero, lejos de sus orígenes, viviendo dentro de un ambiente, al menos al principio, duro, cosmopolita, impositivo en muchas de sus facetas y, sobre todo, como todo lo español, exaltado. Además, por encima de su maravillosa asimilación de las maneras italianas, fué emergiendo de nuevo, cada vez más intensamente, la herencia bizantina, qué independiza y desubica los caractéres, rompe con la geometría y la perspectiva, vaporiza el color y sublima la luz, inundando las escenas de irrealidad y misterio. El resultado, escalón tras escalón, es la apoteosis final de la representación de lo sobrenatural, de la más pura espiritualidad; son los versos más elevados de Fray Luis de León ó la prosa de Santa Teresa de Avila llevados al lienzo. No ha existido pintor alguno cápaz de mostrarnos de tal manera la dimensión divina del hombre y su relación con el más allá.
Sobre la importancia en la Iglesia católica del dogma de la Inmaculada Concepción ya hablamos en la entrada de este blog dedicada a la obra Inmaculada Concepción con San Juan Evangelista.
Ahora observemos nuestra Inmaculada ó Asunción, lo que mejor os parezca. Seis figuras totalmente independientes y entregadas, cada cual podría constituir una obra de arte por sí sola sin necesidad del resto, acompañan en su ascensión a María, extasiada ya ante la visión de la Gloria cercana y llevada en volandas por el propio ambiente sobrenatural donde los ángeles se desplazan con total soltura y familiaridad. Fijaos en la postura del más inferior que da profundidad a toda la escena, con esas alas negras, espléndidas, la una de perfil y la otra abierta y rotunda, la forma en que enlaza todo el movimiento ascente vertical a través del color amarillo de de las vestiduras uniéndose finalmente al azul luminoso de la Señora que remata con su mirada extasiada hacia lo alto. En la parte inferior el cretense ha introducido !dos lunas!, ó una luna y....¿un planeta? y, como no, el paisaje toledano. Todo perfecto, sublime, hermoso y arrebatador. Para mí, su obra maestra. Leyendo a Cossío aventuro que posiblemente para él también:
"..considero a este lienzo como el prototipo que el Greco hubiera deseado lograr siempre en su último tiempo, y como el ejemplar que más estrecho enlace guarda con las tendencias y aspiraciones del posimpresionismo en el arte moderno. La fuerza, la vida, la originalidad, el realismo, la fantasía con medida y con exceso, abundan en otros cuadros del Greco, pero ninguno ofrece tan de manifiesto como esta flameante Asunción las inquietudes, tal vez las angustias, que el problema del color debía causarle, y no conozco tampoco otro suyo, ni, antes de él, ajeno, donde tan resuelta y conscientemente se haya pretendido mostrar el influjo de una tinta sobre las circundantes. "
y en su página final, rematando su libro:
..." la Asunción de San Vicente es el producto más escogido de la originaria exaltación el artista, exacerbada al final de su vida; el ensayo más perfecto de las obsesiones de luz y de color que le acosaban; su última profesión de fé pictorica."
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