"Lo que hay que sacar a la luz es el ser humano, la vida",
escribió Munch. Un texto crucial, definitivo para comprender su obra a
partir de ese momento en el que vuelve sus ojos hacia el interior del
alma humana y pone lo que ve en cada rostro y en cada ambiente. Pero,
además, se vale de la palabra para mejor explicarlo. En efecto, el
pintor noruego nos ha dejado más de 13000 páginas escritas de su mano en
donde expone y comenta de todo: desde poemas , relatos de viajes,
artículos aparecidos en diversas publicaciones ó retazos con manifiesta
intención literaria y dramática, hasta diarios íntimos, innumerables
cartas y, por supuesto, comentarios explicativos de muchas de sus obras,
ofreciendo así una base clarísima para conocerle, a él y a su extenso
legado artístico.
Muchos de estos textos se dieron a conocer al
público poco después de su ejecución, otros solo los hemos conocido
muchos años después, pero el correspondiente a la obra el grito de 1893, y de la cual presentamos ahora una versión litográfica,
fué el primero en ser publicado en revistas de Arte de Francia y
Estados Unidos, anticipando ideas sobre su futura ejecución; así, duante
su célebre convalecencia en Niza el año anterior, 1892 nos dice:
"...Iba
caminando con dos amigos por el paseo, el sol se estaba poniendo, el
cielo se volvió de pronto rojo. Yo me paré, cansado me apoyé en una
baranda, sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y
lenguas de fuego. Mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido
en el mismo lugar temblando de miedo y sentía que un alarido infinito
penetraba toda la naturaleza".
Este texto es casi
tan famoso como el cuadro al que dió lugar, perdonarme el que lo traiga
una vez más aquí, pero es, como veis, tremendamente explicativo. Lo que
para otros sería una hermosa puesta de sol, a Munch, el súbito
enrojecimiento de la tarde, imaginar lo que habeis sentido ante esa
cabalgata de colores escarlata, le paraliza y le sume en una verdadera
desesperación existencial...."temblando de miedo y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza". A esta evidencia expuesta por el propio autor sobre el significado de el grito
podríamos añadir, por supuesto de una manera un tanto personal, otra
consideración qué ayudaría a desvelarlo y qué no sería otra que el
propio rechazo de Munch, tantas veces manifiestado a estas alturas en
obras
y escritos, por la hipocresía, estilo anticuado de vida y falta de
autenticidad en sus principios éticos y morales de la sociedad de
entonces, inquietud que posiblemente provocaría en el artista un
constante desasosiego, una sensación de opresión, qué , en sus
particulares condiciones anímicas de las que venimos hablando en
entradas anteriores, le produciría verdaderos momentos de desesperación;
está queda perfectamente reflejada en ese grito de protesta, esa
explosión de
malestar contenido que desparrama por toda la obra, desde la siniestra
figura del primer término al paisaje circundante y los cielos ondulantes
y terriblemente alterados.
Con el título Desesperación, Munch llevó a cabo un cuadro el año 1892 que claramente antecede a éste otro del grito:
el mismo escenario y colores parecidos pero mucho más relajado y , a
continuación, otra versión similar, ésta vez mostrando ya un rostro
abatido.
De el grito hizo el pintor varias versiones, todas muy
similares por lo que no vamos aquí a irlas ennumerando. La más famosa
es la primera de ellas que se encuentra actualmente en la Galería
Nacional de Oslo, del año 1893, donde además podemos contemplar otras
dos más posteriores.
Trás el fracaso de la exposición
de Berlín de 1892, vuelve de nuevo en diciembre del siguiente año a
exponer en la capital alemana. Aunque apenas vende nada, sí obtiene
algún dinero de la venta de entradas, pués el escándalo del año anterior
atrajo gran cantidad de público. Pero lo importante de ésta exhibición
de cara al futuro desarrollo de su obra, es el ser éste el primer lugar
en el que Munch decidió exponer algunos de sus cuadros formando una
secuencia, esto es, formando un grupo con una característica común y
bajo un solo título, en aquella ocasión el amor ó el despertar del amor.
En ésta ocasión los cuadros se dispusieron a lo largo de las paredes
del vestíbulo. El mismo artista, siempre volviendo a sus escritos, hace
hincapié en la conveniencia de presentar éstas formando un friso
contínuo en el que se desarrolle una idea central y en el que, a ser
posible, se establezca un ritmo de líneas horizontales y verticales, una
uniformidad de color e, incluso, una correlación en el tamaño y tonos
de los marcos, con el fín de ofrecer al espectador una mejor comprensión
del significado de su obra. Es pués la primera vez que presenta la que
será tarea principal de casi todos sus siguientes años:
la elaboración de sus famosos Frisos de la Vida de los que hablaremos en sucesivas entradas. Aquí en Berlín lo formaron seis cuadros entre los que se encontraba la Voz , obra del año 1893, y, fuera de ésta secuencia, Munch presentó el Grito
de 1893. Y aquí debemos hacer un pequeño paréntesis para hablar de un
noruego importante para la vida artística de ésta nación e importante
también para el propio pintor. Se trata de Olaf Schou, pintor a medias,
industrial a medias y mecenas y protector de artistas en toda regla y a
quién Munch debe mucho, anímica y económicamente, al haber recibido su
apoyo, su reconocimiento y su dinero que le solucionó en muchas
ocasiones los momentos difíciles. Entusiasta de su obra, llegó a tener
hasta 11 de sus cuadros, con títulos tan notables como Muchachas en el muelle 1901, la Danza de la vida 1899-1900, Madonna 1894-95 ó, también, el Grito
de 1893. Todas ellas, en un lote de 116 obras de arte de diferentes
autores, hizo se donaran a la Galería Nacional de Oslo el año 1909. De
salud muy débil qué posiblemente le impidió su realización como pintor
notable, murió en París en 1925.
Volvemos finalmente a la otra obra mencionada, la Voz, también conocida como Noche de verano,
qué se encuentra hoy día en el Museo de Arte de Boston y en la que
aparece una vez más su playa de Aasgaardstrand, ahora simplificada al
máximo al igual que el resto del cuadro: troncos de árboles rectos
acompañan al reflejo del sol ó de la luna en la verticalidad mientras el
borde de arena tenuemente coloreado y una figura de mujer que nos mira
de frente marcan la horizontalidad. Los detalles son tan simples como
las dos rocas que insinúa en la arena, la pequeña barca en el mar ó las
ramasde la parte superior.
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