miércoles, 10 de enero de 2018
henri de toulouse-lautrec - gaston bonnefoy 1891
Con esta entrada comenzamos hoy a presentar una Exposición, a punto de finalizar en el palacio de Villahermosa de Madrid, hoy convertido en Museo Thyssen Bornemisza, en la que se ha tenido la feliz idea de dar encuentro a dos pintores distanciados en el tiempo casi una veintena de años y aparentemente alejados artísticamente y que coincidieron durante unos años en París. Sin embargo el acierto es hacerlos corresponder en esa franja de su carrera en que ambos convergen y, sin apenas conocerse personalmente, se sienten atraídos por temas parecidos y emplean en sus obras una forma de hacer asombrosamente similar.
Piénsese que la obra más temprana de Toulouse-Lautrec que encontramos en esta exposición la lleva a cabo cuando Picasso contaba tan solo un año de edad, lo cual quiere decir que cuando el malagueño llega al París de comienzos de siglo ya el maestro francés de treinta y tantos es un pintor consagrado e influyente a la cabeza de la vanguardia. Ahora bién, todas las obras que podemos ver aquí del español, exceptuando unas pocas claramente fuera de éste período, obras ya mucho más recientes, son de un espacio de tiempo de tan solo cinco años, entre 1900 y 1905, y las más producidas en un solo año, 1901.
Picasso sentía una predilección y admiración especial por su colega Lautrec y, en las obras que vamos a tener la suerte de ver, el estilo, la propia técnica y el tema son extraordinariamente similares a los del pintor de Albi. A la inversa no se produce el mismo fenómeno; Henri es ya demasiado maduro y firme en su obra, y, desgraciadamente no puede sentirse ni influido ni nada por nuestro pintor sencillamente porque muere con 37 años el mismo año 1901, esto es Picasso es para él lo que vulgarmente se dice "visto y no visto". A su vez este último pasa como una exhalación por éste corto período de influencia y continúa su velocísima carrera artística recibiendo constantemente influjos de todos los tipos y evolucionando casi febrilmente hasta su muerte 72 años después de la de Lautrec.
Esta primera obra que presentamos pertenece a una serie de retratos que Toulouse Lautrec completó para que se exhibieran en el llamado Salón de los Independientes de París, que desde 1884 reunía a todos aquellos artistas que, por una razón u otra, se consideraban desligados del academicismo y la oficialidad artística imperante. Naturalmente Lautrec era uno de ellos y no faltaba a la cita que todas las primaveras presentaba al público parisino lo más avanzado y, especialmente, lo más personal y libre que en materia de arte se estaba produciendo en Europa. No se daban premios y, por supuesto, no existía jurado alguno aunque cualquiera podía comprar, como supondreis, cualquiera de las obras exhibidas. Así continúa siendo hoy día mientras el número de éstas fué a lo largo del tiempo aumentando sin cesar; el año 1926 se presentaron nada menos que 3726 trabajos. Una exposición retrospectiva de Lautrec se llevó a cabo en 1902, tan solo un año después de su muerte.
La obra que vemos pertenece al Museo Thyssen y la menciona el mismo pintor en una carta de ese mismo año dirigida a su madre en la que también cita otro retrato de Louis Pascal que está a punto de comenzar; al final añade: "espero que no sean demasiado feos". Por supuesto ninguno de los dos salió demasiado feo, más bién lo contrario y además Henri los adornó con una elegancia impecable como correspondía a caballeros de mundo, socialmente activos, independientes y solventes, a los que se podía sin ninguna restrinción aplicar un término muy de moda en el París de finales de siglo, boulevardier, literalmente el paseante o asiduo de los elegantes paseo-boulevars que tanta distinción y belleza aportan a la ciudad del Sena.
Ahora observemos otros dos retratos llevados a cabo también para el mismo Salón, los del médico y amigo del pintor Henri Bourges y el del también amigo y fotógrafo Paul Sescau, del que conocemos una fotografía de Toulouse Lautrec: ambos, y los de Bonnefoy y Pascal, son en su composición, color y técnica empleada de gran similitud, igual de sueltos, precisos de dibujo y con la misma economía de medios, son , en dos palabras, igual de modernos y avanzados. En ellos Lautrec ha empleado una técnica a base de mezclar el óleo con aceite de trementina, aguarrás para entendernos, mezcla que hace que el efecto brillante del aceite de la pintura se desvanezca un tanto dando lugar a tonos muy mates, cosa que gustaba a nuestro pintor especialmente para retratos y carteles. Todos estan pintados sobre cartón lo que acentúa más este efecto liso y mate.
Picasso, ocho años después, lleva a cabo uno de sus retrato de hombre, a la aguada con lápiz y carboncillo, donde la soltura de línea y su rapidez y precisión son como tomados de cualquiera de los retratos del francés que estamos viendo; especialmente fijémosnos en el rayado nervioso y aparentemente descuidado de las pinceladas en un caso y el carbón ó el lápiz en otro. En ambos casos lo más asombroso y felíz es el abandono total de cualquier rastro de academicismo, de toda preocupación por la representación estrictamente real de las cosas, y si no, véase el zapato derecho de Bonnefoy ó la mano en el bolsillo del Hombre de Picasso. Desaparecieron para siempre los elaborados y perfectos pliegues de los tejidos y la precisa anatomía humana tan alabada y admirada en todas las épocas.
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