se trata de un retrato llevado a cabo por el pintor en la última etapa de su vida, ya exiliado en Burdeos. Unos años en los que, en contra de lo que normalmente habría sido, senectud y desánimo en esas circunstancias, desarrolló una gran labor artística, encontrándonos, amén de otros cuadros de mayor formato, con una serie de pequeños retratos de encargo ó no y ejecutados con una variedad de técnicas, desde miniaturas sobre marfil a litografías de varios tipos.
Goya volvería en dos ocasiones a Madrid, en 1826 para gestionar el asunto de su jubilación con excelentes resultados, nada menos que 50 mil reales directamente del Rey, y de nuevo, al año siguiente, para otras trámites. Según he leído, al parecer durante esta segunda estancia en la capital del Reino, fué pintado por Vicente López, retrato archifamoso y que con seguridad todos conocereis.
Algunos autores ven en este retrato a María Martínez de Puga, distinguida dama que se cree ayudaría al pintor para su rápida salida de España trás la vuelta del absolutismo de Fernando VII. Otro Puga, Dionisio Antonio de Puga, quién podría estar relacionado con ella, estampa su firma como testigo en un documento encontrado en el que se concede a Goya el mantener su salario como pintor real mientras estuvo ausente de la Corte. Quizás estos hechos podrían ser el motivo por los que nuestro pintor, en correspondencia y agradecido, hizo esta pintura para María.
El retrato es relativamente pequeño, 80x58,4 cms, pero lo que no hay duda es de su pasmosa modernidad. En efecto, Goya, os pido que observéis en detalle la obra, cada vez más en esta última etapa de su carrera, emplea una pincelada suelta, casi descuidada, como brochazos, que los sitúan ya muy cerca de la modernidad. Fijaros en la ejecución del vestido ó en el pañuelo que sostiene con su brazo, negros y grises amarronados, como rasposos pero asombrosamente precisos, como lo harían muchos años después algunos de los impresionistas.
En contraste, su rostro y su bellísimo collar son de gran finura y sencillez, casi un simple dibujo, pero le aporta una gran dignidad y reposo. Esta obra perteneció al pintor Aureliano de Beruete,viejo conocido de este blog, y más tarde estuvo unos cuantos años en la coleccion particular de un londinense hasta su adquisición por Frick en 1914.