Durero se retrata como un gentiluomo, vestido con tonos claros y con sus mejores galas. Lleva jubón abierto blanco y negro y gorra con borla de listas en los mismos colores, camisa con una cenefa bordada en oro, y cordón de seda con cabos azules y blancos sujetando una capa parda colocada sobre el hombro derecho. El pintor cubre las manos con las que trabaja con guantes grises de cabritilla, propios de un alto estatus social, con la intención de elevarse de artesano a artista y situar la pintura entre las artes liberales, como en Italia. Aparece en el interior de una estancia comunicada con el exterior por la ventana abierta en la pared del fondo. Durero incorpora la monumentalidad italiana en las verticales y horizontales con que ordena el marco de la ventana, presentes también en la pose que repite la forma en L de aquél en el busto, apoyado firmemente en el brazo que descansa en el antepecho. Y tampoco olvida algo que es propio de sus retratos, realizados con una precisión minuciosa: el dominio psicológico, patente en el contraste entre el carácter sensual de sus facciones y su mirada fría y penetrante. La satisfacción de su propia capacidad artística se comprueba en la inscripción del alfeizar de la ventana, escrita en alemán: 1498, lo pinté según mi figura. Tenía yo veintiséis años Albrecht Dürer. En 1636 el Ayuntamiento de Nüremberg regaló esta tabla y un retrato del padre de Durero a Carlos I de Inglaterra, en cuya almoneda la compró David Murray, quien la vendió al embajador español Alonso de Cárdenas para don Luis de Haro, que en 1654 se la regaló a Felipe IV. Figura en el inventario del Alcázar de Madrid en 1686. Ingresó en el Real Museo en 1827 (Texto extractado de Silva Maroto, P. en: El retrato del Renacimiento, 2008, p. 280).
(extraído de la página oficial del Museo del Prado : http://www.museodelprado.es/ )
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