durante el último tercio del siglo XIX éste pequeño pueblo a pocos kilómetros al sureste de Sevilla comenzó a ejercer un atractivo especial, dadas sus cualidades paisajísticas, sobre los pintores. Casi se puede hablar de una verdadera escuela, aún cuando las características e intenciones de todos los que por allí fueron pasando no eran ni mucho menos tan similares como para constituir una comunión de intenciones artísticas. Alcalá había sido para los mismos sevillanos un lugar de esparcimiento y era visitada con frecuencia sobre todo a raiz de la creación de una vía férrea entre ambas localidades. Si es verdad que a lo largo de toda la segunda mitad del siglo la influencia de otras escuelas paisajísticas de fuera de nuestras fronteras y el encanto y atractivo especiales que poco a poco nuestra península y, en especial Andalucía, generaban en muchos pintores, artistas y escritores, dieron lugar a focos puntuales de agrupamiento artístico y Alcala, como hemos adelantado, fué uno de estos emplazamientos. Muchos de ellos no habían abandonado ni abandonaron nunca el romanticismo y, otros como el mismo Martín Rico, se afianzaban en el realismo con claras influencias impresionistas.
La estancia, sin embargo, de nuestro pintor en Alcalá fué muy breve como para significarle como parte de este grupo. Otros que también pintaron allí fueron Luis Contreras, Sanchez Perrier, Gonzalo Bilbao y el escocés David Roberts, éste uno de los pioneros. Rico solo lo hizo unos meses y de allí viajaría a otros lugares de la península para nunca más volver. De Sanchez Perrier traemos también una obra excepcional del año 1880, invierno en Andalucía que pertenece al Museo Thyssen de Madrid.
Pero entre lo que pintó nos dejó afortunadamente esta acuarela, la tercera obra de arte dentro de esta técnica que habíamos prometido traer. Con ella parece que vuelve a la serena y fría atmósfera de sus paisajes franceses anteriores. Si lo comparamos con el Sena en Poissy de tres años atrás, lo elijo por ser ambos bastante parecidos, podemos apreciar, con todo, una gran diferencia especialmente en el tipo de pincelada, más corta y dividida, más puntual y espontánea. Definitivamente en la manera de hacer de Rico ha habido un cambio apreciable. Prácticamente como en la acuarela anterior reduce la tonalidad a dos colores, ésta vez el esmeralda y el ocre claro pero de cada uno de ellos desprende una explosión de tonos subdividiéndose sucesivamente y acoplándose en cada rincón de ésta maravillosa ribera. Rico ha querido volcarse en la naturaleza más pura sin más asomo artificial que la iglesia y algo de la fortaleza que caracteriza a Alcalá. Unos niños se entretienen pescando y mirando pero están sumergidos y casi mimetizados en el esplendor de la vegetación que cubre toda la ribera. Para remate ,por si no fuera bastante todo esto, nos deleita con unos de los mejores reflejos de toda su obra pictórica. Manteniendo la serenidad del agua de siempre, llega al virtuosismo aplicando en húmedo pinceladas verticales con una limpieza y acierto insuperables.
Al acabar esta productiva fase de la vida de Martín Rico, no queremos dejarnos en la carpeta dos obras más, ahora óleos, de sus estancia en Sevilla. Al leer sólo sus títulos podeis daros cuenta de la gran atracción que para el pintor tuvo la zona de la muralla donde se encontraba la Huerta del Retiro :
-la huerta del Retiro, Sevilla 1875
-murallas árabes cerca de Sevilla 1875
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