Casado del Alisal, nacido en Palencia, fué discípulo de Federico Madrazo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En el hemiciclo del Congreso de los diputados de Madrid, podeis ver su obra el juramento de la Cortes de Cadiz del año 1862, pintado durante su estancia formativa en París cuando contaba 29 años de edad. Previamente había estado becado en Roma y después en Nápoles, Milan y Venecia.
Tiene éste pintor el mérito de haber contribuido con sus iniciativas a dar a conocer la obra de uno de nuestros más insignes escritores de su época, gran amigo suyo, Gustavo Adolfo Bécquer. Se ad-
miraban mutuamente y colaboraron juntos en algunos artículos publicados en el diario La Ilustración de Madrid. Gustavo acudía con frecuencia al estudio de pintura de Casado, más aún, en muchos de sus artículos periodísticos ensalzó algunas de sus obras reconociendo a su amigo como un gran pintor en alza que había que tener en cuenta. Como contrapartida Casado tuvo la feliz idea, el mismo día de la muerte del poeta, de publicar toda su obra, para lo cual reunió a un grupo de amigos en su misma casa quienes tomaron la decisión de abrir una suscripción pública para llevarla a cabo. Gracias a ello la obra de Bécquer es mundialmente conocida y admirada.
El lienzo que veis ahora obtuvo medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de 1864 y en ella se representa la capitulación del temido ejército francés el 22 de julio de 1808 en Bailén, un episodio trascendental y definitivo de nuestra Guerra de la Independencia.
Que Casado del Alisal pudiera haberse fijado en el famoso lienzo de Velázquez de la rendicón de Breda, se da por descontado, pero, es mi opinión que su temática, común para ambos, casi obliga a una disposición centrada de sus dos principales protagonistas, los generales ganadores y derrotados, acompañados de sus ejércitos respectivos a ambos lados. Cualesquiera otra disposición, habría desequilibrado la escena ó, al menos, la habría complicado sobremanera, derivando casi con seguridad en algo muy inferior; esta consideración sería también aplicable a la rendición de Granada de Francisco Pradilla, para mi gusto además, exquisito, lleno de luz y maravillosamente centrado.
Sin embargo, saliéndose de ésta estructura, tenemos también en el Prado la rendición de Juliers de Jusepe Leonardo, donde toda la escena queda desplazada hacia la derecha, con lo cual ésta parece desequilibrada, incompleta y, en definitiva, falta de emoción.
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