algo más pequeño de tamaño que el de Casado del Alisal sobre Bailén. que acabamos de ver, 300x367 cms frente a los 338x500 de éste último, nos da sin embargo la impresión al contemprarlo que está encuadrado en el rectángulo perfecto para la bella escena que representa, tan bella para mi gusto que viene siendo visita obligada cada vez que pongo el pié en la gran pinacoteca madrileña. Uno puede pasarse las horas muertas observando detenidamente todos sus detalles, abundantísimos y de una serenidad pasmosa: en efecto, se respira la paz en esta secuencia final trás una refriega dura y violenta como cualquier batalla.
Del complejo palaciego existente en el antiguo Buen retiro de Madrid durante el reinado de Felipe IV, slo podemos admirar hoy dos edificios: el llamado Casón del Buén Retiro y el edificio del Salón de Reinos que ha sido hasta hace muy poco sede del Museo del Ejército, antes de llevarlo al Alcázar de Toledo.
Velázquez, entre otros, fué designado por Felipe IV para que llevara a cabo alguno de los cuadros que habrían de decorar este magnífico salón de ceremonias. Suyos y de su taller fueron finalmente éste, de la rendición de Breda, que ahora contemplamos y cinco retratos ecuestres de la familia del monarca: Felipe III, su consorte Margarita de Austria, el mismo Felipe IV y por último su hijo el príncipe Baltasar Carlos que moriría de viruela con tan solo 17 años y que en su arrogante retrato a caballo era príncipe de Asturias y heredero universal de todos los Reinos de la Monarquía Hispánica.
El resto de las obras que acabaron adornando sus paredes representaban otras tantas victorias de los ejércitos de su Majestad, en total 11 cuadros, más 10 episodios de la vida de Hércules de Zurbarán.
Parece ser que Velázquez, unos meses después de la toma de ésta ciudad, estratégica en la guerra que se desarrollaba en los Países Bajos, vió en la Corte una representación de una obra de Calderón, el sitio de Breda, y, apoyándose en su texto, fué capáz de transmitir con sus pinceles toda la generosidad y respeto por el derrotado que advertimos emana del general ganador, Ambrosio de Spínola, quién impide a su homólogo justino de Nassau el que hinque su rodilla medianta un suave gesto de la mano en su hombro.
El rostro benevolente del mariscal español es, sin lugar a dudas, el punto central que resume toda la intención de la obra.
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