de manera similar a la pintora inglesa Mary Beale, que hemos presentado ya anteriormente en esta misma Exposición de Maestras, aunque nacida 31 años después, Rachel Ruysch, holandesa oriunda de la Haya, se vió inmersa desde su cuna en un ambiente cultural y artístico decisivo para el desarrollo de su carrera como pintora destacada dentro de una sociedad en plena evolución.
En efecto, desde mediados del XVII y gran parte del XVIII, el crecimiento de la burguesía y el consiguiente progreso de las ciudades derivó en un desarrollo urbano acelerado que, contrariamente, estimuló el gusto por lo natural, reflejado en la abundancia de jardines y zonas verdes. De ahí la valoración del paisaje como tema artístico independiente y la cada vez mayor dedicación por parte de la ciencia a los estudios científicos enfocados hacia la botánica y la zoología.
Pués bién, Rachel, hija de un anatomista y botánico, profesor en Amsterdam, aficionado a la pintura y colecionista exhaustivo de todo tipo de elementos que iba encontrando en la naturaleza, como conchas, minerales, animales, insectos y plantas, digamos que no vió otra cosa desde muy niña y, entusiasmada, comenzó en cuanto pudo a ayudar a su padre en estos menesteres al tiempo que iba creciendo su afición por el dibujo y la pintura. En este ambiente no es de extrañar que sus dos hermanas, Pieternel y Anna también se sintieran tocadas por esta magia; la primera llegó a adquirir una notable destreza pintando flores como no podía ser de otra manera y además se casó con Jan Munnicks, pintor destacado en este mismo tipo de obras en el Jardín Botánico de Amsterdam, y del mismo modo
Anna fué en sus primeros años pintora hasta su matrimonio con un comerciante de arte, momento en el que dejó esta actividad; sus obras, casi todas florales, son poco conocidas, pués generalmente no están firmadas y difíciles de constatar.
Entre los 15 y los 19 años Rachel entró en el taller del ya consagrado pintor Willem van Aelst, un artista holandés de magníficos bodegones y centros florales, y en el que nuestra artista fue desarrollando una finura y exquisited en las texturas y un sentido asombroso del equilibrio en la composición.
Diez años más tarde contraía matrimonio con Juriaen Pool con el que tuvo diez hijos, que atendíó, cuidó y educó mientras siguió pintando hasta el final de su larga vida, a los 85 años de edad. Juriaen fué principalmente pintor de retratos. Os muestro este autoretrato en compañía de Raquel , del que no he podido encontrar su fecha de ejecución; no salen muy favorecidos, verdad?, por ello añado otro retrato de Rachel del pintor Godfried Schalcken, bastante más jóven y favorecida, que algunos autores lo fechan algo antes de 1706, es decir cuando la pintora tenía unos 42 años. Lo cual nos diría que el autorretrato de la pareja debió hacerlo Juriaen mucho después, con muchos más años.
Hacia 1708 el elector palatino Johann Wilhelm la llamó con el fín de incorporarla como pintor de corte en Düsseldorf al lado de otros pintores, y allí permaneció ocho años. Del este período, 1710, os traigo esta bellísima obra bodegón con fruta, una cesta y lagarto, que refleja el grado de excelencia alcanzado ya por la artista. Ya de nuevo en Amsterdam, donde permanecería hasta el final de sus días, Rachel trabajó intensamente atendiendo los múltiples encargos por parte de lo mejor de la sociedad de esta ciudad. Son conocidas más de 200 obras de su mano y es sabido que estas llegaron a alcanzar precios muy considerables. Su fama llegó a extenderse por los principales países europeos y al morir no faltaron poetas que la elogiaron en sus versos.
La obra que estamos viendo pertenece al Palacio Pitti de la ciudad de Florencia.
En esta página de la web podeis encontrar una gran selección de sus obras