jueves, 5 de noviembre de 2015

el greco - vista de toledo 1607


 De estos años es ésta vista de la ciudad de Toledo que poco tiene que ver con la otra, también muy conocida, vista y plano de la ciudad de Toledo, una vista panorámica a modo de plano, que se conserva en los actuales locales que hoy día se visitan en la imperial ciudad bajo el excesivo sobrenombre de Casa del Greco. Su verdadera vivienda quedaba muy próxima a los mismos pero desgraciadamente fué destruida por un incendio y se aprovecharon los cimientos y parte del palacio del marqués de la Vega-Inclán, una vez restaurado y acondicionado, para convertirlo en casa-museo.
Contrarimente a la escasez de datos que se tienen de otras facetas de su vida, se han encontrado algunos documentos que vienen a dar luz sobre la ubicación de su vivienda ó vivienda-taller al menos desde el año 1585, año en el qué, según consta, el Greco alquila habitaciones importantes del existente palacio del marqués de Villena. Para ésta fecha ya había entregado hacía tiempo lo de Stº Domingo el Antiguo y el Expolio y, por lo tanto, bién pudo pagar su nada modesto precio. Quince años después, en 1600, el pintor al parecer se trasladó a  una casa propiedad del señor de las villas de Gálvez y Jumela, pero cuatro años más tarde vuelve a la de Villena, ésta vez ocupando hasta 24 aposentos de los mejores, y ahí permanece ya hasta su muerte

De todo ello se deduce, pués, que el de Creta, al menos en apariencia, estuvo bién instalado en Toledo, aún cuando, si nos atenemos a los inventarios de sus bienes hechos a su muerte por su propio hijo Jorge Manuel, no encontramos de ningún modo nada que indique riqueza de mobiliario, enseres ó ajuar, sino más bién cierta sencillez y austeridad. Por ejemplo, en dicho inventario se habla de solo un total de ocho sillas para los venticuatro aposentos ó de una parquedad en sus propias ropas un tanto inadecuada para su categoría como artista solicitado y ocupado. Bién es cierto que no vive del mismo modo un hombre jóven que uno ya mayor, y esta escasez de sus últimos años podría ser muy normal. En efecto, el Greco debió ganar mucho dinero, y, aún cuando no hubiese contado con sus grandes encargos del último período, sus series de cuadros religiosos, algunas extensísimas, le hubieran bastado para llevar una vida bastante desahogada. Posiblemente lo que ganaba lo gastaba y, muy posiblemente también, debió rodearse de cierta exquisitez y buén gusto en su vida diaria y en sus relaciones. No en vano era un hombre muy cultivado, como lo demuestra su extensísima, completa y actualizada biblioteca, y qué durante algunos años de su juventud había disfrutado del trato y la riqueza de toda una corte como lo era la de los Farnesio. ¿A qué se refiere el pintor Francisco Pacheco cuando, tras su visita a su taller toledano el año 1611, concluye ? :

".... era extraordinario en todo, y tan extravagante en sus pinturas como en sus costumbres....."

Sobre la composición de su biblioteca, os aconsejo leais al final del Capítulo I, la descripción deliciosa que hace Manuel B. Cossío en su obra sobre el pintor, así como pormenores sobre lo dicho de su inventario.

El Greco, perdida toda esperanza de prosperar en la Corte de España, se quedó definitivamente en Toledo y trató de acomodarse lo mejor posible, olvidándose para siempre de Madrid ó del Escorial. Allí conoció a Jerónima de las Cuevas, madre de su hijo Jorge Manuel, aún cuando no sabemos con certeza si conviviría con ella durante todos esos años hasta su muerte ó no. Lo único cierto es que la tiene en cuenta en su testamento al lado de Jorge Manuel:

".....mi testamento como conviene al servicio de Dios nuestro señor e salvación de mi alma e descargo de mi conciencia e le tengo tratado....con Jorge Manuel Teotocopuli mi hijo y de doña Jerónima de las Cuevas, que es persona de confianza y de buena conciencia....."

El Greco pués hizo de Toledo su casa pero no nos atreveríamos a decir que su patria, y, sin embargo, su influjo y el de toda esa nación que se llamaba España, fueron definitivos en su obra como habreis ido poco a poco observando a lo largo de esta exposición. A estas alturas de su vida, el alma castellana, austera  y realista, había impegnado toda su excelente forma de hacer italiana y ello, unido a un excerbamiento de las maneras y a un dramatismo rayano en lo estravagante, convertían al pintor en un producto único, moderno y, posiblemente, irrepetible. En medio de ésta vorágine de sus años finales, lleva a cabo su único paisaje conocido, paisaje precisamente de su Toledo.

La única de sus obras anteriores en las que se deleita de veras en un paisaje, el paisaje del monte Albernia, ó Alvernia, monte cercano a la ciudad italiana de Asís, donde, según la tradicción, San Francisco recibió los estigmas de Cristo en sus propias manos, es precisamente la que representa este mismo hecho, realizada hacia 1567, y que se encuentra en la Pinacoteca de Capodimonte, aún cuando existe otra versión en la colección Zuloaga de Ginebra. También se cuenta como del Greco una pequeña obra, paisaje en las cercanías de Toledo, qué pertenece a la colección Hirsch de Nueva York. Fuera de eso y de algunos esbozados en sus más tempranas obras, no hay nada más. 
Así pues, ésta que estamos viendo puede ser considerada como excepcional. ¿Se trataría de un encargo ó fué un mero capricho?. El que fuera de Toledo el paisaje representado no es de extrañar, muchas veces en muchas obras había tomado pequeños detalles de la ciudad del Tajo para incorporarlos a los fondos ó los piés de las mismas . Pero el ampliar la escena hasta acaparar todo el lienzo es otra cosa, es algo nuevo, una verdadera innovación. Por otro lado está totalmente dentro del estilo de cualquiera de sus obras más temperamentales de estos años, convirtiendo la vista en una ciudad dormida, gris y plomiza, una ciudad mística  a punto de romper desde los cálidos tonos verdes de este mundo y ascender a los reinos espirituales superiores. El resultado no puede ser más frío y sobrecogedor, la luz espectral que se desprende de los nubarrones, invade todo el panorama y lo congela. En este aspecto, ésto que aquí ocurre, ocurre en muchas de las obras del pintor de éstos años postreros: la búsqueda de nuevos y sensacionales efectos lumínicos que reviertan en la emoción y fuerza espiritual de la escena. Que sea Toledo ó cualquier otra ciudad, es lo mismo, el Greco lo habría hecho igual, siempre obsesionado por los problemas de la luz. Por ello, permitidme que no haga ninguna descripción de la toponimia del lugar ni del punto de vista  ó los monumentos y edificios que aparecen, ya que es superfluo y meramente anecdótico:  lo importante es su luz. Actualmente pertenece al Museo Metropolitano de Nueva York, y Cossío en su obra sobre el pintor afirma haberlo descubierto, e incluso fotografiado, en el palacio  madrileño de Oñate, antes de pasar a la famosa pinacoteca. 

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