martes, 26 de febrero de 2013

edward hopper - habitación de hotel 1931



el año 1927 la pareja se compró coche. Un Buick. Con él fueron felices. Se les abría a sus ojos todo el país y desde luego se puede decir que le sacaron un gran partido. Pintaban con mucha frecuencia desde su interior, quizá debido al carácter un tanto reservado del pintor, ó , por pura comodidad, principalmente con mal tiempo. No es fácil pintar cómodamente desde dentro de un coche, aunque sea un Buick americano de los años veinte. Lo sé por experiencia. Parece ser que él lo hacía desde el asiento de atrás, empujando hacia delante al máximo el delantero,dada la longitud de sus piernas, y Jo pintaba desde el suyo de acompañante. Jo nunca condujo, siempre fué acompañante. Ambos compartían una gran pasión por los viajes, por los nuevos escenarios y paisajes.
La Gran Depresión del año 1929 no lo fué para el matrimonio Hopper. Ya habían salido de su propia depresión económica hacía tiempo y ahora se manejaban en este sentido con cierto desahogo.  En 1931, año de la ejecución de este cuadro, tanto el Museo Whitney de Arte como el Museo Metropolitano adquirieron varios de sus obras a muy buén precio, está vez para el pintor. En total , el año 31, vendió 30 cuadros de los cuales 13 fueron acuarelas.

Sin embargo esta obra , sobre la que se ha escrito largo y tendido y ha dado lugar a multitud de opiniones diferentes sobre su significado, para mí sí es algo depresiva. Pero, repito, solo algo. Se trata de la representación de una situación de lo más corriente que puede existir : una mujer ha llegado a un hotel de viaje, ha dejado todo nada más entrar en la pequeña habitación, se ha quitado lo que nos quitaríamos todos en esas circunstancias, las primeras prendas que suelen ser las más incómodas y los zapatos, por supuesto, y , ya sin peso y liviana, se ha sentado sobre la misma cama, lugar mucho más directo que el sillón qué además está ocupado con prendas . O sea, que esto mismo pasará en el noventa por ciento de habitaciones de hotel a lo largo de éste ancho mundo, la cosa no tiene nada de particular.
Pero Hopper, sobre esta situación cotidiana, introduce cosas para intrigarnos y darla a ésta un pequeño giro hacia la soledad, y la tristeza, como venía siendo habitual. En primer lugar hace una habitación ,más que pequeña, mínima, y para ello dibuja en la parte izquierda la cara de un tabique azulado que nos induce a ver el comienzo de la estancia, digamos la puerta , en ese punto, con lo que ésta se reduce prácticamente al tamaño de la cama. En segundo lugar ilumina la escena desde arriba a la izquierda, y todos los objetos toman una luz y arrojan unas sombras frías y estáticas , especialmente sobre la espalda y el rostro de la chica. Además la postura de ésta , algo encorvada, nos induce a pensar negativamente . A la derecha, por otro lado, el sombrero, dejado descuidadamente sobre el mueble, ha quedado en una posición del todo inestable, lo que contribuye a dar cierta intranquilidad a todo el conjunto. Pasando a la ventana abierta, más que abrir y ensanchar la perspectiva, lo que hace, por su color y sus sensación de opacidad, es cercar todavía más a la protagonista y obligarnos a pensar en un contenido adverso de la carta que en esos momentos lee.
Situaciones como ésta, aludiendo a la soledad y también a la rutina del viajero, son , como sabeis muy frecuentes en la obra de Hopper. El año anterior había pintado una de sus obras más conocidas Mañana de domingo temprano, qué fué una de las adquiridas por el Museo Whitney, anteriormente citadas. Por el diario de Jo sabemos que fué ella misma quién posó para este cuadro y que la carta que lee es simplemente un horario de trenes, por lo que pudiera ser que esté , al contrario de lo que decíamos anteriormente, a punto de acabarse de vestir y , con el equipaje ya listo en el suelo, salir rápidamente para la estación.

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