jueves, 19 de octubre de 2017

edvard munch - baile en la orilla 1899-1900


Desde comienzos del nuevo siglo, tras la muerte de su padre en noviembre de 1899, Munch entró en una nueva fase de su vida, un periodo lleno de inquietud, desasosiego y miedo, que le llevaron en algunas ocasiones a pensar en el suicidio como única salida. Envuelto en sus pánicos personales sobre la muerte  a lo que se sumaba su pesimismo sobre la aceptación e incluso el valor y la calidad de su obra misma y a un agravamiento de su salud física y mental,  la desesperación le llevó a manifestar públicamente en el llamado Manifiesto de Saint Cloud un cambio total de rumbo:
....."se acabaron los interiores mostrando gente leyendo ó mujeres cosiendo, en el futuro será gente que respira, siente emociones, sufre ó ama".....
Las siguientes obras en consecuencia , de las más famosas, el Grito de 1893, Madonna de 1894-95 ó Ansiedad de 1984, reflejan totalmente esta nueva forma de representar la vida misma. Sin embargo ésta agitación interior no inhibe su inquietud artística como lo demuestra su contínuo ir y venir, la frecuencia de exposiciones de sus obras, sólo ó en grupo y, sobre todo su constante trabajo. Nada menos qué, entre 1892 y 1909, expuso !106 veces! en países como Alemania, Austria, Bélgica, Checoslovaquia, Escandinavia, Estados Unidos, Francia, Italia y Rusia. En las siguuientes entradas hablaremos especialmente de la de1902 en Berlín y de la gran retrospectiva del año 1905 en Praga. 

El año 1900 en el que Munch finalizó la obra que estamos viendo, pasó unos meses en un sanatorio suizo recuperándose de su inestabilidad mental, del progresivo alcoholismo y de problemas respiratorios quizá heredados, acordaos de las dos muertes por tuberculosis en su propia familia. Un año antes había visitado, entre otros lugares, Roma y Venecia donde participó en su famosa Bienal.
Al igual que en su obra Dos seres humanos que ya hemos comentado, el pintor toma otra vez su querida playa de Aasgaardstrand, ésta vez apareciendo al fondo de la penumbra de los bosques y representa en ella una escena que a primera vista puede parecer simple y sin intención: dos figuras femeninas con vestidos claros y luminosos bailan con sus cabellos al viento y otras permanecen de pié con vestidos negros y rojo. Podría ser un simple complemento de un paisaje más pero es el tema central. Ni el entorno ni la escena humana carecen de intención, todo pertenece al mundo de Munch que irá produciendo y repitiendo emociones profundas de nuestra vida cuadro tras cuadro.

 También durante el año 1900 se celebró la Exposición Universal de París, donde se expusieron 150 obras del entonces ya famosísimo escultor parisino Auguste Rodin. A dicha exposición acudió un oftalmólogo alemán de Lübeck quién pasaba por ser uno de los mas importantes coleccionistas de obras de arte del continente, Max Linde, que quedó extasiado con la obra del escultor a quién pudo conocer personalmente y del que adquirió algunas de sus obras y entre ella nada menos que su famoso Pensador para ponerlo directamente en el jardín de su residencia. Pués bién, Munch tiene precisamente un cuadro titulado El Pensador en el jardín del Dr. Max Linde del año 1906 que se encuentra actualmente en el Museo Rodin de París. ¿una casualidad?.
Aparte de sus traumas mentales hemos señalado sus problemas respiratorios, pero además el pintor tuvo un problema de pérdida de visión en su ojo izquierdo provocado al parecer en una riña, anomalía que no influyó afortunadamente en el desarrollo de su obra artística, aún cuando pudo influir en la  hemorragia de su otro ojo el año 1930. Casi con seguridad, de este contratiempo procede su relación con el famoso oftalmólogo de Lübeck. Y lo importante viene ahora : Max Linde se convirtió en un gran mecenas para Munch y, entre sus encargos está el de un friso, una sucesión de cuadros, para la habitación de sus hijos; irían uno a continuación de otro, todos óleos y conservando una altura casi homogénea como exigía este tipo de decoración; nuestro pintor seleccionó 11 con alturas entre los 90 y 92 cms.
Naturalmente Edvard aprovechó la ocasión para representar otro de sus famosos Frisos de la Vida, de los que nos extenderemos en próximas entradas. Aquí solo diremos que Baile en la orilla formó parte de esta serie y también  Día de verano del año 1904-1908, obra ésta última con historia : deshecho el friso muy poco después , pués al parecer no fué totalmente del gusto del mecenas, cada cuadro tomó un rumbo y éste volvió de nuevo al pintor quién le añadió la dos figuras que aparecen a su izquierda. En 1930 fué adquirido por la Galería Nacional de Berlín, pero ,considerada una obra "degenerada" por el gobierno nazi, fué confiscado pero no destruído, pasando a la colección particular de uno de sus jerarcas, Hermann Göring, quién lo vendió en 1939 a un particular de Oslo. Este cuadro y los 10 restantes debían cumplir otra condición indispensable: la de ser adecuados para estar a la vista constante de unos niños, y Munch puede que cumpliera solo a medias ésta claúsula y de ahí su casi rechazo, aún cuando encuadró todas las obras en el tema del "despertar del amor" sin abordar los tres siguientes "amor-plenitud y fin", "miedo al vivir-soledad" y "muerte". Día de verano sí era originalmente un inocente paisaje y quizá los demás,  pero el que nos trae Baile en la orilla, aún pareciéndolo, contenía mucho más: en la paradisíaca playa, dorada por un crepúsculo boreal, bailan dos muchachas llenas de alegría de vivir, de plenitud física y henchidas de deseos de futuros amores, pero, a su lado Munch coloca dos figuras vestidas de negro y otra de rojo, sentada, que introducen la duda, la amargura, el fín del amor y la decadencia. Todo se desarrolla en esa hora mágica del crepúsculo que todos habremos sentido muchas veces, dentro de un paisaje idílico que construye a base de pinceladas sinuosas que acomoda para seguir el ritmo y movimiento de las danzantes.


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