Otra pintora de gran talento artístico, moviéndose en las turbias y peligrosas aguas de los años de la Revolución francesa y tratando de abrise paso en la cerrada espesura del ambiente cultural de la época, excluyente e inestable.
Con toda seguridad, en cualquier biografía de esta artista que caiga en vuestras manos, figurará en letras grandes su colega Élisabeth Vigée-Lebrun, seis años menor que ella, pintora excelsa y retratista demandada por lo mejor de la elegante sociedad francesa y europea de finales del XVIII y XIX.
Adelaida Labille nació en París en 11 de Abril de 1749, en el seno de una familia numerosa mantenida gracias a los ingresos que le reportaba una mercería en un barrio de la capital del Sena; una familia sin artistas ni pintores, pero, qué, reparando en sus tempranos dotes para la pintura, consiguieró que entrara como discípula de otro gran pintor, François-Elíe Vincent, y más tarde del hijo de éste Francois-André Vincent, con quién a la postre, bastantes años después, contraería matrimonio. Además de buenos retratistas, lo fueron de pintores de miniaturas.
En 1790, Vincent fue requerido por el mismísimo rey de Francia, Luis XVI, como su profesor particular de dibujo, circunstancia que debió necesariamnte de influir para que Adelaida fuese más tarde contratada por su tocaya María Adelaida, tía de este mismo Rey, como pintora a su servicio. Sirva de ejemplo este pequeño retrato de la princesa Isabel de Francia, hermana de éste.
Volvemos en este punto al paralelismo de nuestra pintora, que ya comentamos al comienzo de estos comentarios, con Elisabeth Vigée-Lebrun. El año 1783 ambas pintoras de un grupo de tres (algunos indican de cuatro), fueron admitidas como miembros de la Real Academia francesa de Pintura y Escultura, reportándolas buenos haberes y alojamiento en el Palacio del Louvre. Elisabeth pintaba ya entonces, era su pintora de cámara, para la Reina María Antonieta, como Adelaida, según dijimos, lo hacía para la tía de su marido, el Rey.
La obra de ambas pintoras fué constantemente comparada, y aún cuando Elisabeth estuvo mucho tiempo considerada como la mejor pintora francesa del XVIII, hoy en día los estudiosos tienden en general a considerar a Adelaida una artista a la altura de la primera. Ambas también lucharon por la independencia y libertad de acción en sus carreras, especialmente Adelaida, a través de su trabajo como profesora de pintura, que impartía solo a muchachas jóvenes con ansias de friunfar, meta que algunas consiguieron, independizandose en talleres propios.
Un año antes de la toma de la Bastilla y comienzo de la Revolución, recibió un encargo del Conde de Provenza, hermano del Rey, y que más tarde sería Luis XVIII; se trataba de su retrato para incluirle en una gran obra, Recepción de un caballero de San Lázaro por el último Gran Maestre de la Orden. Adelaida acabó la obra que hoy podeis contemplar en el Museo Nacional de la Legión de Honor de París. Pero pudo ser destruída, ó quizá quedar inacabada, ya que tras el cambio de régimen, las cosas empezaron a ponerse, si no peligrosas, si incómodas, exigiendo incluso la eliminación de obras que mostraban la ostentación de la realeza, y esto afectó a muchos artistas, entre ellos a Elisabeth Vigée-Lebrun, quién hubo de exilarse.
Adelaida sin embargo donó fondos al Estado y además comenzó a hacer retratos de miembros destacados de éste, hasta trece personas, entre ellos el del mismísimo Robespierre, y quizá esto la salvó. Fueron expuestos en el Salón del año 1791. Cuando las medidas fueron subiendo de tono y se radicalizaron, la pintora abandonó para siempre las altas esferas. Falleció el año 1803.