Durante el siglo XVI, la sucesión de descubrimientos de nuevas tierras, la mayoría cubiertas de una vegetación exuberante habitada por multitud de animales totalmente nuevos a sus ojos. causó gran sensación, de la que se hicieron eco rápidamente los círculos y sociedades científicas, en su mayoría dependientes del poder real.
Tanto es así, que en apenas un siglo se desarrolló un género en pintura, que llamaron animalista, empezando en los Países Bajos y pasando sucesivamente a Francia, Inglaterra y, algo más tarde a España. Como ejemplo, de comienzos del XVIII, os traigo dos obras, una del pintor holandés Aert Shouman y la segunda del francés Jean-Batiste Oudry.
Casi todas las cortes europeas sin excepción rivalizaron en la posesión de rarezas zoológicas y botánicas, invirtiendo para ello tiempo y dinero sin escrúpulos. Nuestros Borbones ni mucho menos se quedaron atrás en esta tarea. En efecto, la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, al parecer fué una entusiasta, tenía verdadera pasión por los animales, empezando por los de compañia, pero adquiriendo con el tiempo otros hasta hacerse con una verdadera colección. A este respecto os aconsejo qué, recordando a la parmesana, os deis una vuelta por el Palacio de Riofrío, en Segovia, en cuya construcción y mantenimiento tuvo ella una destacada participación. En su interior se encuentra un museo de animales disecados bellamente y ambientados en su medio natural, Museo de la caza, muy adecuado al lugar, ya que los dominios circundantes fueron uno de los pagos favoritos de nuestros monarcas para llevar a cabo esta actividad cinegética.
Siguiendo con la Farnesio, supo muy bién transmitir a sus hijos esta afición y así, tanto Carlos III como su hermano Luis se convirtieron en grandes coleccionistas de animales, llegando incluso a competir entre sí en esta su gran afición. En concreto esta cebra fué el animal favorito de éste segundo, magníficamente atendida, junto a otros muchos animales, en el zoológico particular que había dispuesto junto a su palacio en Boadilla del Monte, y por la que pagó una fuerte suma a mercaderes y viajantes holandeses, verdaderos traficantes en este tipo de negocio. No en vano, el infante era poseedor de una gran fortuna adquirida mientras fué Arzobispo en Toledo y en Sevilla.
Su hermano Carlos III no podía ser menos y, por supuesto, también tenía su propia colección entre las que destacaba una hembra de oso hormiguero traída desde Buenos Aires en un larguísimo y ajetreado viaje. El ejemplar, como era natural causó sensación y el monarca encargó al pintor Rafael Mengs un cuadro que hoy se conserva en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
Muy similar a la cebra que estamos viendo de Paret, es esta otra pintada por el artista y erudito inglés George Stubbs para la princesa Carlota de Inglaterra, diferenciándose en el escenario y en los utensilios empleados en su atencíon que Paret ha representado entre las patas del animal.
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