con esta obra iniciamos una mirada a la exposición que tuvo lugar en el Reina Sofía de Madrid durante el último trimestre del pasado año que abarcaba un corto período , la década de los años 30, y en la que tendremos la ocasión de encontrarnos con artistas muy significativos dentro del complicado panorama cultural que acompañó a un mundo en crisis. El artista , individualista y centrado en lo que sus ansias de libertad de expresión le iban exigiendo como un credo contemporáneo y renovador, se encuentra metido, sin apenas darse cuenta, en las arenas movedizas de los estados y ambientes totalitarios que surgían por doquier.
Empezamos con Max Beckmann y una de sus más conocidas obras, comenzada en 1925 y posteriormente, cuando parecía una pintura definitiva, retocado ampliamente en 1931 y 1947, introduciendo nuevos personajes y modificando otros. Por ejemplo, parece ser que entre los nuevos estaría el embajador alemán en París en la parte más inferior de la derecha , con la cabeza entre sus manos en aptitud algo atribulada. Por encima de él está su mujer, vestida con elegancia como el resto de personajes. No es para menos pues se trata de sujetos destacados de la sociedad parisina de la época , y si hacemos caso de lo que nos cuenta su viuda, Mathilde Beckmann, entre ellos se encontraría el príncipe Karl Anton Rohan, cofundador y principal impulsor de la Asociación cultural europea , la Europäische Kulturbund , y amigo de Max ,quién , por cierto, también estaba entre los miembros de dicha asociación que nació en busca de la codiciada unión europea a través de una revolución pacífica ,de carácter más bién conservadora, y qué, finalmente acabaría sus actividades, en 1934, tras la llegada de los nacionalsolcialistas al poder en Alemania, aún cuando su periódico se mantuvo sirviendo de alguna manera de elemento propagandístico de éste partido.Casi todos sus miembros fueron personas de la alta sociedad, la cultura y las finanzas. Es justamente la figura central qué podemos ver con bigote rubio ; también están representados el banquero de Frankfurt Albert Hahn, el primero de la derecha, el historiador musical Paul Hirsch, sentado a la izquierda, y Paul Poiret, el famoso modista francés, de pié justo más a la izquierda. Algo así como si hubiese traído a algunos de los colaboradores de la Europäische Kulturbund y llenaran el salón hablando y escuchando al cantante del fondo.
Quizá lo que atrae de este gran retrato de Beckmann es, aparte de su enorme expresividad, la actitud de cada uno de sus importantes personajes, mirandose a sí mismos, sin atisbo de interés por los demás y a quienes el pintor aisla totalmente del espectador de la obra, impidiendoles dirigir la mirada hacia él . El resultado, como se aprecia, es la instantánea petrificada de una seria reunión excesivamente rígida o protocolaria. Quizá Beckmann quiso ofrecernos esta sensación de tragedia inminente, ó de tragedia pasada si tenemos en cuenta la fecha de sus últimos retoques, reflejada en la mirada y en la pose de los presentes.
Desde 1930 Max Beckmann pudo disponer de un estudio en el mismo París por lo que residió a temporadas en ésta ciudad desde ese año hasta el comienzo de la segunda Gran Guerra en 1939, compartiendo su tiempo con otras pasadas en la ciudad de Amsterdam. Anteriormente había vivido allí de estudiante a sus veinte años y allí pasó también su primera luna de miel. Siempre se consideró, incluso siendo ya un reputado pintor en su Alemania natal, un miembro más de la vanguardia francesa de esos años , admirador de Van Gogh al que siempre veneró como tantos otros, y a Cezanne, . Pero además Beckmann quería ser reconocido como tal allí en el París de Picasso y Matisse y dejar su nombre en la historia de la pintura. Por ello quizás , ya con su segunda mujer , Mathilde, ó Quappi, como fué apodada, volvió a residir durante extensos periodos de tiempo en la capital de Francia. El mismo año de 1931, llevó a cabo una exposición individual en ésta ciudad, en la Galerie de la Renaissance , al parecer elogiada por el mismo Picasso. A pesar de todo, éste y otros ilustres pintores de la vanguardia del París de entre-guerras, no acabaron de reconocer plenamente la obra de Max en todo su mérito, quizá algo afectados por prejuicios algo clasistas, Max frecuentaba más las altas esferas que los cafés artísticos, ó quizá derivados de la probervial enemistad franco-germánica.
Para mí, la obra de Beckmann es inmensa y excepcional. No acabó nunca de someterse al expresionismo alemán (ver exp. de Kirchner) y elaboró un estilo propio de representar la realidad deformada, ó mejor, recreada por su espíritu un tanto dramático y violento tras la experiencia de una guerra, la de 1914, de la que sobrevivió finalmente tras superar una profunda crisis nerviosa. Lo que a Adolf Hitler le llevó hasta la apoteosis final de una guerra mundial, el rechazo inicial como pintor en Dresde y la penosa experiencia de una guerra, a Max Beckmann le supuso entrar por la puerta grande en la Historia de la pintura del siglo pasado.
Lo mejor es que , además del cuadro que presentamos, veais parte de su obra aquí.
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