Insistiendo en la gran capacidad que alcanzó el Greco y su taller para llevar a cabo cuadros de devoción en serie de un mismo tema, tomamos como referencia otra vez la obra que sobre el cretense escribió Manuel B. Cossío en la que habla de cinco Oraciones del Huerto de las que sabe su localización, pero a pié de página se añade una nota indicando que, sin embargo, en el catálogo del libro el Greco and his school de Harold Wethey, aparecen citadas hasta trece, entre las que se encuentran todas las de Cossío. De ellas varias están hoy en paradero desconocido. Ente unas y otras hay sin embargo pequeñas diferencias qué, como en la de la iglesia de Stª María de Andújar, la que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Budapest, ó la del de Lille, todas realizadas en años posteriores a la aquí traemos del Museo de Arte de Toledo (Ohio), como veis, no son tan pequeñas, disponiéndose en todas ellas la escena en dos mitades, superior, con Cristo y el ángel, e inferior, en la que sitúa a los apóstoles, y que quizá presentan cierta dulcificación del mismo paisaje y cielo, no así de la luz espectral, que mantiene, y que produce esa sensación irreal y sobrenatural que busca ya en todas sus obras y a la que nos va teniendo cada vez más acostumbrados. La de la Galería Nacional de Londres, también como ésta de hacia 1590, y que proviene del convento de las Salesas Nuevas de Madrid, es muy similar a ella aunque pienso que inferior en calidad pictórica, armonía y espiritualidad.
Estas mismas consideraciones se podrían hacer con muchas de sus series de cuadros religiosos de encargo realizados sobre estos años y posteriores que se encuentran dispersos en Museos, iglesias, colecciones públicas ó simplemente en domicilios particulares desconocidos ó no. Así son innumerables sus San Francisco, más de 130, (piénsese que en la ciudad de Toledo existían más de una docena de conventos de ésta orden), la mayoría enteramente de sus ayudantes, Santo Domingo, San Pedro, la Magdalena, Cristos, acompañado por María su madre ó no, con la Cruz ó sin ella, parejas de Santos............en fín, lo que se fuera pidiendo. Para ello contaría con aprendices y ayudantes entre los que destacan tres personas:
-Francisco Preboste, del que tenemos referencias por figurar en cartas donde el Greco le otorga poderes para representarle en asuntos relacionados con la gestión de sus obras y que llega a ocuparse de parte de la administración del negocio. Italiano nacido en 1554, es decir trece años más joven que el cretense, cuya firma es desconocida por no aparecer en ninguna de las obras salidas del Taller, pero que se sabe con certeza colaboró en muchas de ellas e incluso algunos autores actuales sugieren que fué en la mayoría de las de devoción hasta comienzos del siglo XVII. Aún nombrado por el pintor como criado en algún documento, realmente no lo fué en el sentido que hoy tiene para nosotros esta calificación, pues, aparte de los poderes a los que nos hemos referido, confía en él, junto a su hijo Jorge Manuel, para llevar a cabo trabajos importantes e incluso da muestras de esta confianza en documentos públicos. Así pues, estamos hablando más de un compañero y colaborador que de un simple ayudante y menos aún de un criado a su servicio.
-también contó con la ayuda de su propio hijo Jorge Manuel, de quién no vamos aquí a entrar a valorar su calidad como artista y mucho menos a verle como un discípulo de su insigne padre, que por supuesto lo fué, pues de él aprendería el oficio, pero está tan lejos artísticamente que no merece la pena establecer comparaciones . Solo nos limitaremos a decir que es seguro intervino también en muchas obras parcial y totalmente, que figuraba como pintor, escultor y arquitecto y que debió nacer en los primeros años de la estancia del Greco en Toledo. Tras la muerte del Greco continuó la producción del Taller y ahí sí hubo de superarse para seguir el ritmo de encargos, aún cuando, incluso en algunas obras datadas en estos años, es difícil la asignación rotunda a Jorge Manuel.
-del tercero de estos colaboradores, Luis Tristán, ya debemos hablar como de un pintor excelente, con obras magníficas muy por encima de las de Jorge Manuel, nacido en Toledo y que estuvo pocos años en el Taller del maestro, entre 1603 y 1606. Pasó años de su aprendizaje en Italia donde recibió influencias del mismo Caravaggio, muy patentes en muchas de su obras. En nuestro Museo del Prado se pueden admirar algunas de ellas y os aconsejo no os perdais su Santa Mónica y Santa llorosa, ambas fechadas en 1616.
Ahora volver a la obra que nos acompaña en la que asoman una vez más algunos rasgos pertenecientes a la forma de hacer bizantina, principalmente en la disposición independiente de las escenas, apóstoles durmiendo dentro de un nicho incrustado en la misma nube que soporte al ángel ó al traidor Judas con el piquete lejos, formando parte de un paisaje presidido una vez más por la luna envuelta en nubes irreales. Como viene siendo habitual el cretense trata de situar la escena desubicada de lugar alguno, haciendo caso omiso de la perspectiva, la relación natural de dimensiones entre unos y otros objetos o la procedencia y efectos de la luz; cada nicho del cuadro tiene su propia iluminación: así, Judas y sus acompañantes a la derecha se acercan a colmar su traición bajo la luz pálida lunar que se abre paso a través de lúgubres nubes, mientras que los apóstoles durmientes la reciben de la que emana de la misma oquedad nubosa en los que les ha situado el pintor; por otro lado el ángel la recibe de lo alto al mismo tiempo que la hermosísima nube blanco-azulada, totalmente irreal pero hermosísima, situada por encima y, finalmente, Jesús es alcanzado por un destello sobrenatural que convierte el rojo de sus vestidos en los blancos espectrales únicos del Greco.
El escenario donde el Hijo implora a su Padre que le libre de su final fatal nada tiene que ver con el jugoso bosquecillo de olivos que debía ser Getsemaní, al contrario, éste se convierte en un árido paisaje rocoso, casi lunar, donde la única vegetación consiste en dos pequeñas ramas, eso sí, parece que de olivo. El conjunto resulta pués seco y triste, casi sombrío, como debieron ser aquellas últimas horas de libertad del Maestro. Nuestro pintor no hubiera podido representarlas mejor.
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