la emperatriz de Isabel de Portugal, esposa de nuestro emperador Carlos I, murió en Toledo el 1 de Mayo de 1539 con tan solo 36 años de edad. Prima hermana de su conyuge, era hija de María, la segunda de las hijas de los Reyes Católicos y mujer bastante agraciada, sino hermosa, como podemos apreciar en su retrato llevado a cabo por el Tiziano, nueve años después de su muerte y que se encuentra en el museo del Prado.
Hay que constatar que fué siempre una reina consorte muy comprometida con las labores de Estado, obligada a ello por los constantes y prolongados viajes de su marido el Emperador.
Trás su muerte, sus restos, por orden expresa de ella misma, fueron conducidos nada menos que hasta la ciudad de Granada, encargándose del trasado el Duque de Gandía, protagonista de la escena que Moreno Carbonero representa en ésta obra. Lógico es pensar qué, entre los calores extremos del verano peninsular y la larga duración de tan largo viaje con los medios de transporte de la época, se acabara descomponiendo el cuerpo de la ilustre dama. Así, cuando se abrió el féretro ya en la ciudad del Darro, su semblante deteriorado impresionó a todo el séquito al comprobar que toda la belleza de su lozano rostro no era más que una repulsiva máscara.
El Duque, según lo represena Carbonero, completamente abatido, apoya su cabeza sobre el hombro de algún caballero con armadura, mientras a un lado permanece abierto el féretro, donde el pintor, con una exquisita sensibilidad hace entreveer algo del perfil del rostro ceniciento del cadáver, semicubierto por un bellísimo velo mortuorio. Otro asistente de oscuro, a la derecha, se cubre la nariz anta la fetidez que se desprende.
La calided y magnífica factura con que el pintor ha tratado los mantos del catafalco y la alfombra del piso es, para mí gusto, algo definitivo en la escenificación, al llenar de luz la estancia, que de otra forma hubiese resultado fría y triste.
Francisco de Borja y Aragón, Duque de Gandía y Virrey de Aragón, a raiz de ésta sobrecogedora impresión, llevó una vida cada vez más cercana a la fé cristiana hasta entrar en contacto con jesuitas de la primera generación, ingresando finalmente, y tras la muerte de su esposa, doña Leonor de Castro, en la Compañía de Jesús donde llegó a ser padre General de la Orden en 1565.
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