Un fondo oscuro y una mesa gris es el escenario donde se expone el motivo único del cuadro: un merino de la variedad armada al que se ha supuesto entre ocho y doce meses de vida. Se encuentra todavía vivo, tumbado y con las patas ligadas con un cordel, en una actitud inequívocamente sacrificial, que curiosamente recuerda a las famosas imágenes de santos sacrificados. El pintor ha utilizado una técnica muy minuciosa, su inigualable capacidad para reproducir las texturas y una luz natural muy calculada y dirigida que crea amplios espacios de sombras, para concentrar nuestra atención en este animal que parece asumir con mansedumbre su destino fatal.No es esta la única obra de tema similar que realizó Zurbarán, pues se conocen otras cinco versiones de su mano, que presentan algunas variantes iconográficas y que testifican lo muy bien aceptada que fue esta representación por una clientela, muy probablemente, privada. Algunas de estas versiones conocidas introducen elementos iconográficos que obligan a una interpretación religiosa. Otras, como ésta, carecen de semejantes atributos. Se trata de un Agnus Dei, el Cordero de Dios que alude al sacrificio de Cristo muriendo para salvar a la humanidad, a pesar de que en este caso ni existen otros elementos que no sean la simple presencia del cordero.Las fórmulas de representación utilizadas por Zurbarán son típicas de la naturaleza muerta. Y es precisamente su condición de frontera donde confluyen géneros como la pintura religiosa y la naturaleza muerta lo que otorga a esa obra una gran importancia desde el punto de vista de la historia del bodegón (Texto extractado de Portús, J.: Pintura barroca española. Guía, Museo Nacional del Prado, 2001, pp. 120-121).
(extraído de la página oficial del Museo del Prado : http://www.museodelprado.es/ )
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