permitirme que aproveche esta obra para extenderme algo en las circunstancias que rodean este emotivo momento histórico descrito por el pincel de Eduardo Rosales.
Vamos a remontarnos al verano del año 1546, cuando el Emperador Carlos V asistía a la Dieta Imperial que se celebraba en la ciudad de Ratisbona, contando con 46 años de edad. Allí conoció a una jóven de 19 años, Bárbara, quedando prendado de su belleza y, según cuentan, de su preciosa voz. Enamorados, mantuvieron un idilio del que nacería al año siguiente un hijo varón, Juan, futuro Juan de Austria. Todo hubo de mantenerse en estricto secreto.
Bárbara, hija de Wolfgang Blombery, un negociante en pieles de esa localidad, se casó tres años después con un tal Jerónimo Píramo, que pasó a ser el primer y principal tutor de Juan, a quién empezó a llamarle Jerónimo ó Jeromín; a cambio el propio Emperador le nombró para Bruselas, comisario del ejército de la Corte de María de Hungría, hija de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla.
Juan fué finalmente separado de su madre y educado primero por Adrián du Bois, ayudante de cámara del propio Emperador y posteriormente, ya en España, por Ana Medina y Francisco Massy, tañedor de viola de la Capilla Imperial, quienes residían en Leganés y que se comprometieron a continuar la educación del niño por 50 ducados anuales. Esto debió ser hacia el año 1551, cuando Juan ó Jeromín, como era llamado con más frecuencia, tenía unos 4 ó 5 años de edad.
Tan solo tres años después, en el verano de 1554, se le trasladó al castillo de don Luis de Quijada en Villagarcía de Campos (Valladolid), donde su esposa Magdalena de Ulloa se ocupó de su educación, auxiliado por un maestro de latín, un capellán y un escudero.
EL 26 de Septiembre del año 1556 el emperador, Carlos V partió de Laredo iniciando un viaje por toda Castilla para acabar finalmente en Cuacos de Yuste (Extremadura), en un monasterio de la Orden de San Jerónimo donde a la sazón residían 38 monjes, y donde acabaría su enormemente ajetreada vida, dos años después. Padecía ya grandes dolores a causa de la gota y posiblemente de la artritis. En estas condiciones recibió a su hijo natural. Al parecer el Emperador quiso tener cerca de sí a este hijo, ya un mocete de 11 años, al que apenas conocía. Por ello encomendó reiteradamente a don Luis y doña Magdalena se instalasen con el niño en el mismo pueblo de Cuacos, cosa que finalmente hicieron, ya en 1558, año de la muerte de su Emperador. El encuentro padre-hijo, uno acabando su vida y otro empezándola, debió ser realmente emocionante.
Volviendo al cuadro que nos ocupa, hay que decir una vez más que se trata de una obra de una sobriedad y sencillez de pincelada propias del Rosales de este período, otro empuje hacia la modernidad. Ver los rostros enjutos, de trazo rápido, medio esbozados, pero llenos de vigor, especialmente en el tropel de personajes que acompañan al niño, donde dos de ellos comentan algo en silencio. Juan, en actitud respetuosa, casi en posición de firmes, luce vestimenta adecuada para la ocasión de color azul de prusia que contrasta maravillosamente con el tono pardo- marrón del resto, en mi opinión un gran acierto. En resumen, un tema intensamente emotivo el elegido por nuestro pintor madrileño
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