totalmente subyugado por la pintura al aire libre, pensaba, como la mayor parte de los pintores pertenecientes a la Escuela del río Hudson, que el artista en contacto con la naturaleza debía atender y concentrarse en sus más mínimos detalles, esto es, que aquel que se adentraba en el paisaje virgen debía sentirse como un explorador ávido de los hallazgos naturales que ante sus ojos se le fuesen presentando, desde lo más ínfimo hasta lo más grandioso.
Así pués hablaba de atención, sensibilidad y fidelidad total a la hora de transportar al lienzo ó al papel cada uno de los elementos que conforman el paisaje: la forma de las hojas, pétalos, hierbas, ramas, troncos, rocas, gravas, grietas, raíces,.....todo lo más detallado posible. Esto solo podría ser si el artista se sentía espiritualmente unido a toda la creación natural de la que él mismo formaba parte.
Nacido a finales del siglo XVIII, Asher Brown Durand
se dedicó al grabado hasta sus 22 años, adquiriendo gran maestría y pasando pronto a ser considerado como uno de los mejores de la época, hasta el punto de ser al primero qué , en ese país, se le encargó la grabación de billetes de banco. Empero, ya con 34 años, cambió el cincel por el pincel y comenzó a hacer retratos de gente famosa . Es aquí cuando aparece en su carrera artística su amigo Thomas Cole a quién comenzó a acompañar en sus expediciones pictóricas a las zonas montañosas del estado de Nueva York. Cole llevaba pintando paisajes al aire libre ya algunos años, desde su primer viaje en vapor por el río Hudson en el otoño de 1825. Está considerado como uno de los fundadores de la Escuela que lleva el nombre de este gran río del nordeste de Estados Unidos, y de la que hablamos al citar la Escuela de Düsseldorf, ambas claramente relacionadas artísticamente.
A partir de ahí, Durand, qué desde hacía años participaba activamente en la vida artística de Nueva York a través de la recién creada Drawing Association, dedicó sus veranos a visitar los bellos escenarios naturales de todo el estado de Nueva York pintando al aire libre cientos de apuntes a lápiz y al óleo como base para posteriores obras definitivas. En la fecha de la ejecución de la obra que estamos viendo, 1856, hacía ya ocho años que Cole desgraciadamente había fallecido dejándole como principal impulsor del espíritu de la Escuela del río Hudson. Como reconocimiento a su amigo había pintado la obra Espíritus afines, donde aparece éste con el poeta Cullen Bryant en un bellísimo y fiel paisaje dentro del espíritu de la Escuela.
También en esta fecha publicó sus Cartas sobre la pintura del paisaje donde expuso los fundamentos artísticos y espirituales de aquel movimiento artístico. Es por ello que el cuadro es fiel a todos los enunciados que por aquel entonces entusiásticamente proclamaba Durand y que sirvieron para ayudar a asentar firmemente el espíritu de independencia de la nueva nación y la exaltación de la entonces grandiosa naturaleza de aquel todavía poco hollado país. Creía firmemente que la naturaleza era una manifestación inefable de Dios y que el paisaje que elaboraba fielmente el pintor debía respetar ese trabajo divino en todos sus detalles.
Además estaba bién al día de la inquietud científica que por todas partes venía manifestándose a lo largo del siglo y, en particular, era conocedor de los últimos y novedosos estudios geológicos que asignaban a nuestro mundo una edad excesiva, pero verdadera, frente a la que la Biblia siempre había dictado y que habían desatado un interés creciente por las rocas incluso entre los pintores, hasta tal punto que muchos de éstos pertenecientes a la Escuela no olvidaban su pequeño martillo acompañando a los consabidos útiles de pintor al aire libre. Éste interés lo compartían nada menos que con Goethe, Ruskin ó Darwin. Durand y sus correligionarios realmente estaban compaginando religión y ciencia de una manera sublime. Dios estaba por supuesto en la naturaleza pero, también por supuesto, a través de la ciencia, y el pintor solo podía casarlos siendo esquisitamente fiel a los detalles y fundamentos de la misma y, más aún, los dibujos y bocetos tomados de ella eran realmente especímenes arrancados de la obra de Dios y por ello obligatoriamente exactos.
De ahí el nombre de ésta obra: estudio de la naturaleza. Nada más claro. Todo con el mayor detalle posible, hojas, ramas, raices, rocas, piedras...es decir...botánica, geología, metereología....Particularmente Durand se concentró en este sentido en el estudio de árboles y rocas. En sus estudios en plena naturaleza asístía como el místico a una suerte de recogimiento espiritual que lo elevaba durante todo el proceso de la recogida del boceto. La New-York Historical Society posee una magnífica colección de láminas tomadas por Durand de esta forma, de las cuales una elevada cantidad son estudios de árboles, casi siempre a lápiz. Imaginamos las maravillosas horas que llenarían la vida de este artísta durante todos aquellos años de encendido fervor por la naturaleza.
En fín, no quiero alargar el tema, limitémonos a observar la obra tras la lectura de este comentario que no quería dejar pasar, pués creo que define lo mejor que he podido el espíritu de este momento glorioso dentro de la pintura norteamericana del siglo XIX. Pero tampoco quiero dejaros sin ver otras de sus obras más significativas:
Woodland Glen' 1850-55
interior-of-a-wood-1850
Mount Chocorua, New Hampshire
Study from Nature: Rocks and Trees 1856
Y de la escuela del río Hudson:
A_View_of_the_Two_Lakes_and_Mountain
Among_the_Sierra_Nevada_Mountains Albert Bierstadt
Storm in the Rocky Mountains_Mt.Rosalie Albert Bierstadt
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