si todavía no hemos hablado en las anteriores entradas de ésta exposición de Théodore Rousseau, os ruego que me perdoneis, pués debería haberlo hecho, al menos cuando hemos mencionado la Escuela de Barbizon ó del Bosque de Fountainebleau. Rousseau es seguramente el principal impulsor, junto a Corot, de éste grupo de pintores jóvenes al margen de la sociedad cultural del momento por practicar una forma de pintar radicalmente nueva : la del paisaje natural al aire libre.
Sin embargo, todo su proceso de formación le debería haber conducido a ser uno más de los excelentes pintores académicos, especialmente en Francia, creadores de obras dentro del más puro clasicismo. Contrariamente, pronto descubre lo que está haciendo John Constable y se sale decididamente de la corriente general. Con 17 años ya ha elegido Fountainebleau como su verdadero estudio al aire libre. Hay una constante, sin embargo , en estos años de su adolescencia-juventud, que pienso fué la principal razón por la que anduvo esquivando su adhesión al neoclasicismo establecido: su amor profundo por la naturaleza, amor derivado de su contínuo contacto con ella, primero en el pueblo original de sus padres en la región del Jura, colindando con Suiza, siguiendo por su internado en la escuela de Auteuil, en los suburbios de París pero ya en el campo, pasando después por su estancia en La Barre, cerca de Besancon, donde trabajó como contable en un aserradero en plena naturaleza y en pleno bosque y finalmente acabando con la temporada pasada con su tío, Pierre-Alexandre Pau de Saint-Martin, también pintor, período éste que pasó pintando definitivamente al aire libre sin ningún recato.
Y eso a pesar del claro rechazo a que se vió sometido a lo largo de muchos años por los círculos oficiales que mantenían a raya la pureza academicista de los Salones de exhibición anual. La otra fase de su carrera artística, la del reconocimiento oficial, no llegaría hasta 1848, casi veinte años después de la creación de ésta obra que vemos, y que pintó con diecisiete años el año 1829. Es pués una obra primeriza y antecedente de la gran serie que al año siguiente haría en las montañas de Auvergne, en el macizo central francés.
Lo más probable es que ésta obra represente algún rincón de Fointainebleau, a la que seguirían muchas otras años después, ya incorporado de lleno al grupo artístico de los paisajistas de Barbizon. Aquí, como veis, analiza la composición y estructura de unas rocas y la forma en que se relacionan con el resto de elementos naturales circundantes, destacando ya su firme voluntad de abandonar cualquier detalle anecdótico ó artificial que pudiera distraer la armonía salvaje de la más pura naturaleza, que aparece tal como es, eso sí, envuelta en una plácida luz que arroja sobre la roca de primer plano una sombra sutil y delicada realmente hermosa. Poco después, ya en Auvergne, llevará a cabo un paisaje parecido, también de rocas, Torrente de montaña en Auvergne, 1830, que merece la pena que veais por la maravillosa variedad de tonos ocres-marrones rojizos soberbiamente entonados con los verdes de la vegetación.
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