miércoles, 3 de diciembre de 2014

el greco - la aparicion de la virgen a san lorenzo 1578-1580


 Debemos insistir en la provisionalidad  de la estancia del Greco en Toledo durante estos primeros años en España, pues sus ojos seguían puestos en la Corte a pesar de los importantes encargos en los que se ocupaba en la ciudad imperial. Tal es así qué en los documentos relacionados con éstos se hace verdadero hincapié en la obligación de permanecer en la capital eclesiástica hasta la finalización de los mismos. Lo cual fué muy de provecho para el artista que pudo irse empapando del realismo y la humanidad que caracterizaba el arte español de aquellos años y qué, en pocos años, según vemos, estaba transformando su propio estilo. Entre las obras que con seguridad vió el Greco en Toledo figuran las de un pintor y escultor de primera fila, Alonso Berruguete, autor de algunas de las magníficas sillerías el coro de la Catedral, quién el año 1535 había sido llamado para llevar a cabo las del lado de la epístola y posteriormente la silla episcopal, y que también realizó bellísimas obras en alabastro en el remate superior del coro alto. De todas ellas emana una   gran intensidad emocional a través del gesto y la distorsión de sus posturas por las que el cretense no dejaría  de sentirse impresionado.

De estos primeros años toledanos se han datado algunas obras de carácter religioso, todas ellas en el espíritu de exhaltación del fervor encaminado a un aumento de la fé en los fieles, según las conclusiones derivadas del recién finalizado Concilio de Trento. No había más medios para la impulsión de ésta que la palabra, por boca de elocuentes predicadores de las diversas y nutridas órdenes religiosas, y el arte en general, principalmente la pintura y la escultura. En éste sentido nuestro pintor siempre va a estar plenamente identificado con este gran empeño contrarreformista. Entre ellas está el monumental San Sebastián de la sacristía de la Catedral de Palencia, la Magdalena penitente del Museo de Arte de Worcester y éste que vemos de San Lorenzo.

Fué una obra de encargo para un particular, el inquisidor Rodrigo de Castro, quién posteriormente la donó al Colegio de los Jesuitas de Monforte de Lemos, donde actualmente la podemos contemplar, y que ha sido restaurada el pasado siglo, en 1925. Un gran trabajo que se aprecia en su rico colorido y brillantez y en el que destaca la magnífica ejecución del brocado de la casulla del Santo, anticipo de otras dos maravillosas: la del famoso Entierro del Señor de Orgaz y la que porta San Ildefonso de Oballe, obras que veremos más adelante. Un cuadro de corte casi totalmente veneciano pero repleto de espiritualidad acentuada en la mirada elevada del jóvencísimo diácono mártir, quién porta los atributos de su martirio: la parrilla en la que fué torturado hasta la muerte.

Oriundo al parecer de Huesca, Lorenzo fué archidiácono durante el siglo III con el papa Sixto II, un siglo éste de persecuciones contra la Iglesia cristiana bajo el emperador Valeriano, quién llegó a proclamar edictos pidiendo la ejecución de todo aquel que hubiese renegado de los dioses oficiales de Roma para alabar al nuevo único dios cristiano. El propio Papa, como cabeza principal y visible de la nueva religión, fué de inmediato apresado pero tuvo tiempo de encomendar al jóven Lorenzo ciertos tesoros eclesiales, se dice que el Santo Grial, el cáliz de Cristo de la Sagrada Cena, estaba entre ellos, quién los remitió a su familia de Huesca. Apresado a su vez, se le dió un plazo de tres días para entregar al Emperador los tesoros, al término de los cuales se presentó ante éste y mostrándole un grupo de pobres que iban con él , le dijo : -estos son mis tesoros-, lo cual tiene su fundamento al ser Lorenzo el encargado de distribuir bienes y ayudas entre los pobres, abundantes en la época. Ante su desfachatez y temeridad, pero también valentía, fué entregado al tormento de la parrilla y quemado vivo con lentitud hasta la muerte, que debió ocurrir próxima al 10 de Agosto del año 258, día también de la victoria española en la batalla de San Quintín en 1557 y que Felipe II conmemoró dejándonos un Monasterio del Escorial con forma de parrilla invertida, cuatro torres como patas y una cuadrícula bastante regular conformada por la sucesión de sus numerosos patios.

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