viernes, 5 de junio de 2015

el greco - san jose y cristo niño - 1599


 la capilla en cuestión se puso bajo la advocación de San José , cosa un tanto novedosa en el mundo cristiano del XVII; la figura de éste santo no había gozado de una extensa devoción hasta bién entrado el siglo XV . Realmente pasa bastante desapercibido en los Evangelios, donde apenas se le cita, y nunca fué incorporado de forma ostensible al santoral tradicional. Sin embargo Santa Teresa sí le profesaba  una gran devoción y esta puede ser la causa de su patronazgo; en efecto, la santa de Avila desde su misma niñez mantuvo siempre una gran admiración y cariño por el padre de Jesús tal y como se refleja ya en sus primeros escritos e incluso en el Libro de su vida del que extraemos el siguiente párrafo :

".....Y  tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que
así de esta necesidad como de otras mayores de honra y
pérdida de alma este padre y señor
mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle
suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que
me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado
Santo, de los peligros que me ha
librado, así de cuerpo como de alma....."

 De la mano de la  devoción a María, la figura de San José se fué agrandando y todas las órdenes religiosas imperantes  y los mismos papas le fueron llevando hasta el lugar que hoy ocupa en el Santoral cristiano.


Obra de gran tamaño, 289x147 cms, presenta un San José jóven y protector y no la figura siempre apartada y anciana a que nos tienen acostumbrados pintores anteriores. No era de recibo casar a un hombre de edad avanzada con una jovencita, casi una niña, como sería María.  Aquí aparece con un porte elegante y un gesto amable y seguro donde el leve giro de la cabeza y el cayado que sostiene en su mano derecha ayuda a establecer su posición auténtica como padre educador y orientador del pequeño Jesús. A su vez éste, un chiquillo cualquiera de la época, se agarra al padre y nos mira diréctamente con un gesto dulce y tranquilo: en conjunto, una escena llena de ternura y humanidad. 
Cualquier pintor moderno habría dado así por acabado el cuadro, pero entonces era obligado mostrar símbolos en los que los fieles vieran las virtudes a imitar, y el Greco vuelve a abrir los cielos para traernos de nuevo, conformando un círculo, bellísimos ángeles portándolos: los lirios de la castidad matrimonial de José, obligado por la tradición evangélica de la virginidad de su mujer, las rosas expresando el amor de la Sacra Familia y la corona de laurel símbolo de la gloria alcanzada por éste santo en toda la cristiandad.
Por último el cretense pone la escena delante de un paisaje urbano que sin ninguna duda es de Toledo, y que veremos aparecer en muchas otras de sus obras a partir de ahora.

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